Capítulo 2
KHATA
Un extraño cosquilleo me recorrió el cuerpo entero. Era algo confuso y algo que solo me pasaba cuando estaba muy cerca de Baran, cuando estaba de esa manera que me hacía sentir que hacía algo indebido, que algo estaba mal conmigo. Sí, podía parecer una tontería, ya que relativamente él era mi hermano y por ende deberíamos pasar tiempo como tal, pero jamás había logrado verlo de esa forma y estaba más que segura que a él le pasaba lo mismo. Desde niños me había hecho la vida imposible, recordándome día tras día que no éramos hermanos y por más que quisiera odiarlo por eso, no podía conseguirlo. No cuando me miraba de esa forma, esa manera que me hacía temblar desde la cabeza hasta los pies. ¿Sería miedo lo que estaba sintiendo? El miedo te hace querer huir, te hace querer desaparecer y a diferencia de eso lo menos que quería era alejarme de él, no me sentía en peligro, a pesar de que su mirada parecía mostrarme lo contrario. Sus ojos, tan verdes como el bosque, y peligrosos como el mismo, no paraban de estudiarme, de gritar cosas que desconocía, que me hacían sentir un millón de cosquilleos indescriptibles en mi interior.
Tantos años juntos y jamás pude comprender que era lo que sentía cada que estaba cerca de él, ¿cariño? No, definitivamente no le tenía ni una pisca de cariño, menos en la situación que nos encontrábamos desde que tenía memoria, no, no, y no, nunca, bajo ninguna circunstancia se podía decir que el cosquilleo en mi cuerpo era causado por alguna clase de cariño. Estaba enloqueciendo a causa de la montaña rusa de emociones, eso tenía que ser.—¿Qué dices? —pregunté con voz baja, mi respiración se había vuelto pausada, no dejé de mirarlo a los ojos en ningún momento. Estábamos demasiado cerca, tanto que podía apreciar con claridad las pequeñas pecas casi indescriptible que tenía en sus mejillas.
Baran arrugó las cejas de un momento a otro, era un gesto que pocas veces había notado en él, y con suma lentitud levantó una de sus manos para con delicadeza limpiar la humedad en mis mejillas. Ni siquiera había notado el momento en el que me había puesto a llorar, sentí como mi piel se calentaba con su toque.
—Lo que escuchaste. —me respondió pausadamente, bajando su mirada por cada parte de mi rostro —. Voy a cumplir con lo que me toca. —era una promesa, lo sabía.
Tomé una fuerte bocanada de aire al oírlo hablar de tal manera. Si tuviera que describir a Baran, se me ocurriría una letanía de adjetivos. Frío. Impulsivo. Implacable. Grosero. Pero, mentiroso, definitivamente no estaría dentro.
Baran no era un hombre mentiroso, por eso podía llegar a preocuparme un poco el trasfondo de sus palabras.—¿Qué? —mi voz sonó tan callada que temí no haber sido lo suficientemente clara para que me escuchara.
En un par de segundo se había alejado de mí como si de repente tenerme cerca fuera algo desagradable.
—Tienes los ojos rojos. —comentó con mucha calma. —¿Has estado llorando? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta ya que era algo demasiado evidente.
Su voz, a diferencia de sus expresiones, trasmitía serenidad y sorpresivamente me causaba tranquilad por un momento. Era muy extraño, pero con él las cosas siempre eran así.
—No ha pasado ni una semana desde que murió mi padre —fue mi respuesta, muy consiente que él odiaba escucharme decir tal cosa —. No sé cómo se lidia con el dolor.
Baran tragó saliva antes de soltarse uno de los botones en la parte alta de su camisa entre dejando ver uno de sus tatuajes descuidadamente y luego, para mi sorpresa, sonrió. Sí, una sonrisa que parecía haber meditado mucho antes, ya que el gesto lo había hecho con un cuidado digno de admirar. Con tanta delicadeza que era difícil hacerlo contrastar con su personalidad tan fría.
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Khata © (En edición)
RomanceKhata llegó a la vida de Baran con sólo seis años de edad, con su rostro de ángel y su muñeca de trapo inseparable. Su padre: un hombre ejemplar para todo el pueblo, la trajo a casa luego de que la pequeña quedara huérfana, con la única intención de...