Chocolate

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     ―Fumas demasiado ―Liam le comentó en cierta oportunidad mientras le quitaba el cigarro encendido, las pestañas rubias y largas a medio caer sobre sus ojos. Le dio una ligera calada antes de devolvérselo, junto con el humo que exhaló―. Tus pulmones deben lucir igual que el interior de una chimenea.

     No era solo que nunca hubiese dicho algo al respecto hasta entonces, sino que su tono tampoco correspondía al de la recriminación que Sherlock podría haber esperado. Fue una observación inofensiva; como si le contara cualquier anécdota, con un atisbo de interés.

     ―¿Vas a empezar tú también con eso? ―se había quejado con poca energía; la forma en que se lo arrebató fue lo bastante seductora para conseguir distraerlo y restarle fuerza a sus palabras.

     ―Oh, no creí que fuera un tema sensible.

     En retrospectiva, debería haber sospechado de la forma en que le sonrió; una suerte de imagen deslavada de la expresión que tenía cuando le retó aquella lejana primera vez en el tren rumbo a Londres. Pero al igual que hizo con su gesto previo con el tabaco, interpretó esta actitud desafiante como otra de sus formas de atraerle para que le prestara atención; por lo que resolvió asirle por la cintura y atraparle entre sus brazos.

     Era la semilla de una idea germinando en su mente; del mismo modo en que lo hacían las semillas de los lirios, cuyas macetas se encargaba de rociar en ese momento con la regadera negra, de pie junto a la ventana. Cuidar plantas era uno de sus pasatiempos más recientes: según le había contado, cuando vivía en la mansión Moriarty uno de sus cómplices se ocupaba de la mantención de los jardines, aunque a veces le ayudaba dándole un par de consejos.

     Sherlock se acercó hasta donde estaba. De manera acusadora, soltó la cajetilla sobre la mesa auxiliar a su lado.

     ―¿Debo suponer que no te gusta el chocolate? ―dijo Liam sin voltearse ni detener la tarea que estaba realizando con tanta dedicación.

     ―Lo aprecio, pero me habría gustado recibirlo directamente ―se rio a carcajadas sintiéndose encantado por él, por su ocurrencia―. Y en otro formato.

     Cuando regresó esa tarde después de estar fuera durante todo el día investigando un caso, detectó un efluvio extraño viniendo de la caja de cigarrillos que había guardado en el cajón del velador. Lo notó nada más abrirla; el olor dulce, a pesar de ser tenue, se mezclaba con el intenso de la nicotina y los otros químicos. Al examinar de cerca uno de ellos descubrió pequeñas marcas en el papel envoltorio, como si hubiese sido abierto y recolocado. Recordó entonces que algunos días atrás, su amante le contó acerca de una donación de caramelos que obtendría de alguien junto con el pago por sus servicios, y confirmó su sospecha al hallar rastros en la cocina.

     Que modificara el contenido de sus cigarrillos con chocolate podía ser una broma divertida, sin embargo, era Liam el que estaba detrás de la travesura: más le valía dar por sentado que existían al menos unos cuantos motivos subyacentes. El mismo hecho de que no se esmeró en cubrir sus huellas en lo más mínimo era una invitación a que adivinara sus verdaderas intenciones.

     ―Querías darme una lección ―prosiguió, los ojos le brillaban―. Pero según observé, el papel que usaste para envolverlos de nuevo no es el mismo en todos: utilizaste al menos tres tipos diferentes. ¿Esperas que encuentre los que contienen chocolate y los separe de los que no, verdad?

     Liam se volteó hacia él luego de colocar la regadera en el estante que tenía ante sí. La parsimonia de sus movimientos coincidió con el despliegue de su sonrisa.

     ―Aunque no es más que un dulce, no es tan fácil conseguirlo en tabletas ―empezó como si fuese a darle una cátedra―. Tendrás el resto si lo logras. Si no, puede que debas reducir tu consumo de tabaco.

     ―¡Vamos a por ello! ―Se apresuró en agarrar la caja diminuta para llevarla hasta la mesa de la cocina. La posibilidad de jugar contra él le emocionaba de manera inconmensurable, incluso a pesar de que se tratase de un truco tan simple.

     Al igual que el asunto de la jardinería, le aliviaba que se interesase en emplear su tiempo libre en distintas actividades y comenzara a ser más abierto en torno a su pasado. Sherlock invirtió una gran cantidad tiempo en observarlo en pos de ser capaz de detectar los pequeños cambios en su estado anímico; un reto considerable dada su destreza para ocultar sus emociones, y al fin creía haberse vuelto lo suficientemente bueno en ello como para saber, desde las primeras señales, cuándo era necesario interponerse entre Liam y sus aciagos pensamientos.

     ―Y con este se completa la mitad, gané ―proclamó orgulloso tras abrir el último cigarro que traía una pieza de chocolate en su interior. Como dedujo, estaban divididos en cantidades iguales. No obstante, las marcas en los que en teoría no fueron alterados diferían de aquellas que localizó en los otros.

     Se echó uno de los trocitos a la boca. Mientras se deshacía entre su lengua y paladar, siguió el vaivén del largo mechón de cabello dorado que caía sobre la mejilla izquierda de Liam cuando movía el cuello.

     ―No esperaba otro resultado. ―Permanecía sentado a su derecha con las piernas cruzadas, y eligió ese momento para recargarse contra el respaldo de la silla de madera. Su semblante no delataba decepción en absoluto.

     ―Creo que pensaré en otra cosa para pedirte en lugar de esas tabletas ―le señaló, todavía triunfante, en tanto buscaba las cerillas que llevaba en el bolsillo del pantalón negro.

     ―Nunca dije que aceptaría cualquier otra petición. ―Enarcó una ceja y tomó entre el índice y el pulgar un poco del chocolate que había quedado esparcido encima del mantel.

     ―Ya desperdiciaste un montón de esfuerzo haciendo todo esto ―hizo un gesto hacia el desastre de cigarrillos despedazados―. Dame un poco más de esa enorme generosidad tuya, Liam.

     ―Yo no diría que fue un desperdicio.

     Levantó uno de los cigarros del grupo de los que no fueron intervenidos, lo encendió y se lo puso entre los dientes. Apenas aspiró, un penetrante sabor salado le comenzó a invadir como si tragara una cucharada de sal. Entre toses, lo aventó y escupió de inmediato.

     Reparó en que Liam se cubría los labios apretados con la palma. De modo que ese fue su verdadero objetivo desde el inicio, caviló arrugando la frente.

     ―Tampoco negué haber puesto algo más dentro del resto de los cigarrillos, ¿cierto? ―Dejó de reprimir su sonrisa―. Te confiaste de más, Sherly. De ser veneno en vez de sal, estarías en problemas.

     ―Realmente tú... ―Se incorporó de un salto, sin importarle derribar la silla en el proceso, y lo agarró del brazo para arrastrarle a su altura. Lejos de evadirlo, continuó soltando risitas ahogadas. Sherlock apretó su barbilla con fuerza y lo besó bruscamente, queriendo traspasarle el sabor salino. Las uñas de Liam se le enterraron en la camisa. ―Me debes una caja entera de cigarrillos.

     ―Tómalo como el precio de tu diversión.

     Sherlock encaró su propia debilidad. Al ver la expresión alborozada de Liam, con los pómulos teñidos tras tanto mofarse y los labios enrojecidos tal cual el color de sus iris, supo que era incapaz de enfadarse con él de verdad. Inclusive si tuviera que desechar todo ápice de saber y vaciar por completo la habitación que era su cerebro, deseó preservar esa imagen en su memoria hasta el final de su vida. 


•••

Bueh, según estuve investigando, por esa época empezaron a popularizarse los chocolates como los tenemos hoy, es decir que no había en cada esquina. De alguna manera idee esto y fue bastante divertido. ¡Gracias por leer!, en serio. ~

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