Cena romántica

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     Al preguntarle a Sherlock qué es lo que querría en lugar de los chocolates, tras su pequeña jugarreta, la respuesta sorprendió a William tanto que tuvo que preguntárselo más de una vez. En todo caso, existía la posibilidad de que cambiara de opinión. Solía ser voluble cuando se trataba de cosas carentes de importancia.

     ―No me importa, ¿pero en verdad te basta con eso? ―dijo reclinándose contra su pecho desnudo. Estaban dentro de la bañera; el agua tibia, mezclada con el jabón, les llegaba cerca de los hombros y el vapor flotaba en el aire. ―Imaginaba algo más ambicioso.

     ―Si esperas que te dé la oportunidad de negarte, te estás equivocando ―repuso presuntuosamente cerca de su oído―, aunque me intrigan esas sugerencias tuyas. ―A pesar de no poder verla, William sintió su sonrisa acariciarle la piel húmeda del cuello. Los brazos de Sherlock, que hasta entonces colgaban flácidos a sus costados, sobre el borde blanco, se deslizaron dentro y le ciñeron bajo la superficie. ―¿Qué se te ocurrió, Liam?

     Giró la cabeza para ver su expresión sagaz.

     ―Como no quiero influir en tu decisión, tendré que reservarme el resto. ―Se había limitado a dejar salir un suspiro colmado de inocencia y pesar, como si no tuviese otra alternativa. De todas maneras, sabía que Sherlock no pretendía que soltara ni una palabra; de hacerlo le negaría el placer de descifrar sus pensamientos por sí mismo.

     ―En realidad, ya tengo un par de ideas. ―Le oyó reír.

     ―¿Ah, sí? ―Se removió en el abrazo y volvió la mitad superior del cuerpo hacia su amante. El agua se agitó de lado a lado. ―Ilústrame. ―Miró directamente al fondo de esos ojos azules mientras arrastraba las manos por sus clavículas, hasta llegar a su nuca y enredarlas entre el cabello negro y mojado.

     ―Veamos, primero que nada...

     Sin embargo, le complacía su elección, pensó justo antes de perderse en los susurros. No era solo Sherlock quien deseaba experimentar juntos todo tipo de experiencias, aunque en el caso de William la cautela solía imperar sobre los caprichos. Ya hubo renunciado una vez a todo anhelo que pudiese albergar y no quería poner en riesgo lo que tenía ahora por ser descuidado o codicioso.

     En el día acordado, llegó al restaurante con diez minutos de antelación. Aunque se trataba de un lugar diferente esta vez, uno más pequeño y menos lujoso, se acordó del episodio de la cita a ciegas. Desde el instante en que le pidió ir a cenar, William no tuvo la menor duda de que esa fijación tan repentina por salir se debía, en el fondo, a aquel caso. Le resultaba hilarante lo infantil que podía llegar a ser Sherlock respecto a asuntos como ese sin siquiera caer en la cuenta de ello. Podría contar con la certeza absoluta de sus sentimientos (y por supuesto, así era), pero no le gustaba perder y quedarse atrás.

     ―No veo el punto en que viniéramos por separado ―refunfuñó Sherlock nada más arribar a su mesa, la cual estaba apartada en un solitario rincón―, solo perdemos tiempo.

     Con una expresión plácida formándosele en el rostro por causa del recuerdo, William alzó la vista desde sus manos entrelazadas sobre el impoluto mantel. Como supuso, no se había molestado en elegir un traje mejor que uno de uso diario y no portaba ninguna corbata alrededor de su cuello.

     ―Así es como sería de tratarse de una cita normal, pensé que era lo que deseabas.

     ―Ya empezamos a la inversa, ¿para qué complicarnos más? ―Movió la silla hacia atrás y tomó asiento enfrente de él. ―Ah, pero ya tuvimos una.

     ―¿A qué te refieres? No recuerdo. ―Parpadeó, confuso.

     ―Te hablo de la vez en que fui a verte a Durham ―le recordó Sherlock, guiñándole un ojo con una sonrisa astuta―. Asistí a tu clase y fuimos a almorzar.

     ―No creí que contaras eso como una cita. ―Frunció una ceja, dudoso, en tanto advertía que un mesero se les acercaba desde la izquierda para entregarles los menús. ―Solo éramos conocidos y fuiste hasta allá para investigarme.

     ―Más o menos, pero eso no quita que nos divirtiéramos.

     No mentía. William también disfrutó pasar tiempo con él en aquel entonces; incluso aunque se viera en la necesidad de mantener la guardia en alto, y no solo para evitar que Sherlock obtuviera más información de la que pretendía darle, sino porque además entablaba una disputa consigo mismo. Sin esforzarse, ese detective descarado amenazaba con quebrantar su determinación; le invitó, una y otra vez, a recuperar su humanidad y a no ser más la simple herramienta al servicio de la causa que decidió abrazar. Su yo de esa época temía a su propio deseo reprimido más que a ningún ente.

     Durante los minutos en que ordenaban y les traían los platillos, rememoró y dio vueltas a su otra frase. Era cierto que comenzaron al revés, y se preguntó si, de conocerse bajo otras circunstancias, habrían terminado enamorándose el uno del otro de igual forma. De surgir el interés, todavía hubiesen tenido que sortear incontables obstáculos debido al carácter prohibido de su relación dentro de la sociedad, y en el peor de los casos, serían acusados de ser criminales por esa misma razón. La libertad de la que gozaban en la actualidad parecía ser un error de cálculo por parte del destino.

     ―Oye, ni se te ocurra pensar en cosas amargas ―le interrumpió la voz de Sherlock, devolviéndole a la realidad como si hiciera estallar una burbuja―. Quédate acá, conmigo. ―Golpeó la mesa con un dedo para enfatizar.

     ―Si te inquieta, no estaba pensando en que estés aburriéndome ―Le dirigió una mirada burlona y centró su atención en el plato humeante que le aguardaba. Contenía algo llamado Hutspot; preparación de origen local que incluía carne y un colorido puré de zanahorias, patatas y otros vegetales. Tomó un pequeño bocado y masticó despacio a la vez que oía su réplica.

     ―Tengo la suficiente confianza para saber que eso no pasaría ni aunque perdiera la capacidad de hablar.

     ―¿Podría ser una apuesta lo que escucho? No me opondré.

     ―Cuando quieras, Liam. ―Su pierna se presionó contra la suya por debajo de la mesa, lo que infundió de intenciones oscuras la mueca torcida que le dio.

     Tenía que concederle el crédito: sus distracciones sirvieron para esfumar cualquier preocupación de su mente. Empujó su propia pierna también, acariciándole en lento e íntimo acuerdo. Del mismo modo en que, a través de la ventana a su lado, los postreros rayos del sol al atardecer le iluminaban la mitad del rostro en lugar de las velas, el hecho de que Sherlock le dio esperanza fue lo único que prevaleció. Una verdad inmutable que nunca desaparecería.

     ―Cuando pierdas, la próxima vez, te daré otra clase de matemáticas ―le desafió, y Sherlock casi se atragantó con su cerveza.

     ―¿No pudiste pensar en algo menos tedioso? ―Su semblante se crispó en un rictus agrio mientras bajaba el vaso. ―Lástima por ti que no perderé.

     ―Fuiste tú el que sacó el tema antes; creí que estarías ansioso por tener otro examen en que no obtengas cero.

     ―Ese conocimiento solo ocuparía espacio extra ―arguyó. Sin embargo, de inmediato sus ojos relumbraron con picardía―. Aunque, si tú eres mi profesor privado, tal vez pueda ser interesante.

     ―No seré menos exigente porque se trate de ti. De hecho, será todo lo contrario, Sherly.

     Punto ciego dentro de los planes del destino o no, se descubrió profundamente agradecido de tener la posibilidad de coincidir con Sherlock en este singular presente. Aun así, estuvo seguro de que si le encontraba en otra vida, como fue su deseo, volvería a ser atrapado por él.


Y este es el último one-shot de esta serie de historias que terminó teniendo más continuidad de la que planeé. ¡Muchas gracias a todos por leer y por sus comentarios en las distintas plataformas!, mis vacaciones están por terminar, pero tengo intenciones de seguir escribiendo SherLiam porque los amo mucho y porque me inspiran. 

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