Nakamoto Yuta había grabado en su memoria cinco nombres, cinco chicos que le hicieron la vida imposible a él en la escuela... ahora era su turno.
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Yuta tenía miedo, para nada irracional esta vez. Estaba escondido en un cubículo de baño esperando a que la tormenta pase y llegue la calma, que a su parecer, había llegado demasiado pronto para ser bueno.
Su corazón no podía más de la adrenalina que le causaba estar escondido, pero a él no le gustaba esa sensación, además ser descubierto implicaría o golpes o agresiones verbales y ya estaba harto de esa vida.
Salió, con un nudo en la garganta. Sus manos sudaban mucho y su frente se sentía fría.
Dos pasos fue los que dio cuando pasó lo peor.
Si hay algo que le aterraba en esa escuela era el chico que estaba frente suyo. Sus amigos más de una vez trataron de meterle cosas por el culo e incluso le dejaron una linda cicatriz en el testículo izquierdo, no era visible pero se encontraba de la vez que quisieron meterle vidrios y por suerte, tampoco pudieron.
-Esta institución solamente está lleno de putos queers. —Respondió asqueado.
Lo siguiente que pasó, no fue tan grave como meterle cosas por el culo, pero sin dudas quería estar muerto mejor.
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Yuta admiraba aquella cicatriz que hicieron años atrás. Nunca pudo sacarse ese hecho traumático de la mente, hasta que recurrió a una pequeña ayuda psicológica. Recordó aquella cicatriz cuando le estaba dando por culo a Minseok, aquel coreano que está encarcelado por ocupa y drogadicto.
No evitó sus carcajadas al leer las noticias, el plan había salido bien.
Pero ahora después de su corto descanso necesita ir a por su próxima víctima.
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-Bueno ya, ya, ya. Menos rodeos y más ¡Pum pum! —Mark golpea la mesa. La cara del japonés habla por si sola.— Lo siento necesito un poco de humor en mi vida. —Se excusó el canadiense mientras buscaba la información de la víctima.
