Todos los días eran iguales...
Me despertaba con los primeros rayos de Sol, hacía mis tareas matutinas y dejaba todo en orden antes de que mi hermano despertara para ir a cazar algo para la cena, ya que no podíamos permitirnos sacrificar a nuestras vacas aún.
Hacía años que vivíamos solos allí. Desde que echaron a papá del pueblo por sus estudios supuestamente herejistas nos vimos obligados a vivir en las afueras, los tres, dependiendo el uno del otro, apoyando a papá que trabajaba muy duro para mantener nuestra pequeña finca que apenas alcanzaba para alimentarnos.
Mi padre no era un hereje, ni decía cosas sin sentido o graciosas, como lo calificaban los ignorantes nobles que no entendían ni una palabra de su trabajo, él solo estudiaba física, tema que a diferencia de mi hermano encontraba fascinante. Bien sabía del intelecto de mi padre, que me había enseñado todo lo que podía desde una corta edad. Confiaba plenamente en él y en qué sus descubrimientos iluminarian el futuro de nuestra ridícula, ignorante y religiosa sociedad.
Sin embargo, por mucho que amara a mi padre y el simple hecho de poder estar con mi familia tranquilamente...eso no era suficiente para mí. Estaba cansada de nuestros aburridos días al pie de aquella montaña. Mi sueño era una vida en la ciudad, que estaba muy desarrollada a estas alturas según las fotos que tomaba mi padre cada vez que se dirigía hacia allá a entregar sus papeles a la asociación.
Más de una vez me había escabullido de casa en las tardes de estudio y había emprendido camino a la alta montaña para desde allí contemplar las hermosas edificaciones que se alzaban a lo lejos. Casi podía oír el ruido de los autos y el bullicio de las personas comprando en la plaza.
Habían otras cosas que veía desde lo alto de la montaña.
Veía una hermosa casa al pie del arroyo, cuya corriente iba en dirección a nuestra finca y seguía alrededor de todo el paisaje. Aquella casa, lucia como todo un castillo, como de los que había oído hablar en libros sobre la Edad Media, aquellas construcciones de piedras de estilo gótico rodeadas de grandes muros donde esperaban las princesas ser rescatadas del temible dragón. Parecía abandonada, ya que no había visto nunca personas alrededor, ni humo saliendo de su chimenea en los fríos inviernos. Por ello, las flores que crecían alrededor se veían deslumbrantemente carmesies y salvajes.
Debían ser gente bien posicionada las que allí residían, pues no me imaginaba de que otra manera podían mantener semejante estructura en condiciones. En algunas ocaciones me gustaba fantasiar que el dueño de la casa era un joven heredero que venía a tomar mi mano y llevarme a la ciudad. Me gustaba soñar de esa manera, que algún día iba a poder salir de aquella zona rural y que me abría camino a la civilización.
Mi hermano no mostraba la misma simpatía que yo, él estaba contento de vivir allí y tareas tan primitivas como la caza o la pesca le fascinaban. Al contrario mío que disfrutaba leer los complicados libros de mi padre mientras me regocijaba en el viento de la montaña. Él no tenía intenciones de marcharse de allí, ni de prosperar en ningún área de las que papá se molestaba en enseñarnos día a día. Siempre me requería cuando menospreciaba el lugar en el que vivíamos, pero yo solo aspiraba a una vida mejor que esa. Para mí era de lo más petulante una mente cerrada al progreso y conformista, por ello la mayoría de las veces acabábamos peleandonos.
No fue hasta un día que me encontraba lavandome la cara en el lago, note un extraño bulto blanco arrastrado sin piedad por la corriente, casi hundiéndose que cambiaría al fin mi tortuosa rutina. Decidí acercarme para verlo mejor y me di cuenta de que aquel pequeño bulto era un barco de papel.
¿Cómo era posible que un barco de papel llegará hasta allá?¿Cuánto tiempo había estado siendo arrastrado por la corriente? ¿Quien lo había construido y lanzado?
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En Primera Persona
RomanceMuy pocas veces somos capaces de controlar nuestros sentimientos, seguimos intentando sin éxito ponerle frenos a algo que es imparable una vez echa a andar. Buscamos más de mil excusas para negarlos o reprimirlos, pero basta solo una en contra para...