Mariposas negras

4 4 0
                                    

-¿Has oído hablar de las mariposas negras?

...

Mis padres habían muerto en un accidente cuando aún era muy pequeña para recordarlo con exactitud, un accidente del cual yo era la única sobreviviente. Luego de eso me adopto mi tío Dave, que no tenía hijos, ni estaba casado a pesar de esas disimuladas arrugas que se asomaban en su rostro y esos cabellos blancos repartidos por toda su cabeza, intercalados con los que aún eran castaños.

No era un hombre de muchas palabras, de hecho, era bastante seco y callado pero en poco tiempo creamos lazos muy fuertes entre nosotros. Lo quería como a un padre y él siempre demostró mucho cariño por mí.

Él nunca había sido alguien muy saludable, recuerdo que fumaba mucho, por eso pasaba mucho tiempo en el patio trasero, fumando cajas y cajas con un vaso de cristal cuadrado haciéndole compañía.

A veces, cuando terminaba de dibujar en la sala, iba hacia donde estaba y me sentaba junto a él, sin decir nada, sin hablar y aún así era realmente reconfortante. Me esforzaba por molestarlo lo menos posible, nunca lo obligaba a jugar conmigo, ni hablaba sin su permiso, supongo que se debe a eso que me haya vuelto una persona tan tranquila.

Desgraciadamente, luego de vivir cinco años juntos, él también tuvo que desaparecer de mi vida. Lloré mucho, tal vez demasiado, no hablaba con nadie y pasaba las noches llorando por él, recordando el patio trasero de nuestra casa, donde compartíamos un reflexivo silencio, donde solo nos bastaba la presencia del otro para pasar el rato, donde solía jugar con mis pies mientras el miraba apartando lo más posible su cigarro para que el humo no me llegase, un lugar donde no hacia falta nadie más que él y yo.

Estuve un tiempo sin un tutor legal fijo, ya que todos los demás miembros de mi familia parecían haber desaparecido de la nada al enterarse de la noticia. Tuve suerte de tener una vecina tan agradable como la señora Delawear, que cuidaba de mí como si fuera su propia nieta.

Solía contarme historias sobre su familia que a penas pasaba a verla con la avanzada edad que ya tenía. Me mostraba álbumes familiares de sus hijos y nietos, de los cuales ya me sabía los nombres y miles de historias sobre su niñez.

Supongo que a este punto de la historia ya pueden adivinar que pasó con esa pobre señora...

Cuando la ingresaron en el hospital pasaba a verla todos los días y le llevaba flores. En las noches me quedaba a dormir a su lado, por miedo a llegar a casa y verme sola.

Días antes de su muerte fue la primera vez que vi a sus hijos. Parecían elegantes y estirados, no muy parecidos a la imagen que veía en aquellas fotos con las que ella había estado tan obsesionada. No me echaron del hospital, ni se molestaron porque una niña desconocida se quedara con su madre todas las noches, de hecho parecían bastante agradecidos.

Cuando les expliqué mi situación no entendieron cómo mi proceso judicial había tardado tanto y tras la muerte de mi amada vecina se encargaron de agilizarlo para poder encontrar un hogar fijo pronto.

Tardó menos de lo creí y al cumplir los diez años ya estaba completamente instalada en una casa de acogida para niños sin amparo filial. La pareja que lo atendía era bastante agradable y como yo, en esa casa vivían varios niños que tampoco tenían familia, dos de ellos menores que yo, una mayor y uno de mi edad.

Tardé en adaptarme ya que casi no hablaba con los demás, en todos esos años, pase de ser una niña tranquila y callada, a ser casi inexpresiva, pero no podía evitarlo, después de haber visto morir a tanta gente importante en mi vida. Me cerraba a cualquier contacto físico, repelia a aquellos que querían abrazarme o besar mi mejilla, para hallar así una forma de no amar a nadie más, porque era doloroso...dolía en mi pecho cada vez que recordaba alguna memoria de mis padres, de mi tío Dave o mi querida señora Delawear. Concluí que dolía porque los había amado demasiado y por ello yo no debía amar a nadie más...

En Primera PersonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora