Ishranter Dagaveloz surcó los cielos, saltando de una roca a otra. No había podido ascender por las montañas Ashrient con su corcel: eran demasiado irregulares. Sin embargo, estaba agotando su energía antes de llegar a la cueva donde encontraría el artefacto que su contratista le había pedido, y algo le indicaba que debía guardar fuerzas para luego. ¿Un anclaje no la ayudaría? No, no se lo podía permitir: la fatiga llegaba demasiado rápidamente al usar su magia.
Sus ropajes de tela ocre ondearon cuando el viento golpeó a Ishranter. Se balanceó, y evitó caer. Por muy poco. Se arregló los ropajes que llevaba: un sobretodo andrajoso, bajo el cual llevaba unos pantalones que le iban un poco pequeños y una camisa, así como unas botas desgastadas. No se podía permitir mucho más.
Avanzó unos pasos más, hasta llegar a la boca de una cueva. Se puso de cuclillas, descansando unos segundos. El trayecto hasta allí había costado.
Oyó un ruido agudo que iba aumentando su volumen. Miró hacia la negrura de la cueva, desenvainó la espada que llevaba en su cintura y golpeó a un objeto que salió volando de la cueva. La hoja estaba roma, aunque el golpe logró abatir a lo que había salido de allí: un murciélago. Hay vida ahí dentro. Eso significa que probablemente hay agua: la fuente que hay más cerca es el mar Thudul y no podemos decir que esté muy muy cercano a aquí, pensó Ishranter. Deseaba beber unas gotas. Arrancó la pata del murciélago y la mordió. Estaba asquerosa, pero tenía que nutrirse. ¿Cuánto hacía que no bebía agua? Demasiado tiempo como para contarlo en aquél momento.
Terminó de comerse la pata del muerciélago, y se dispuso a entrar en la cueva. Todo era oscuridad unos pasos más allá del umbral. Por suerte iba preparada para aquello. Cogió la antorcha que llevaba junto a la vaina de la espada, y la encendió soplando. Era lo bueno de ser shizena. Su aliento era exageradamente caliente cuando quería.
Su alrededor se convirtió en una esfera de luz. En un corto radio, podía ver más ahora. Pero la luz traía consigo sombras, y las sombras eran traicioneras. Siempre lo eran. Ishranter no se fiaba de ellas. Nunca lo había hecho.
Anduvo unos minutos, siguiendo la cueva hacia el interior de la montaña. Cada vez parecía menos natural: las paredes se alisaban, no eran tan irregulares, había incluso patrones en el suelo o en el techo. Y finalmente llegó a un punto donde estaba claro que todo estaba hecho por mano humana. Delante suyo, se levantaba una pared llena de glifos en relieve, que tenía una puerta de piedra que parecía poder deslizarse a la izquierda.
Ishranter no sabía leer glifos, así que, aunque vacilando un poco, se dispuso a abrir la puerta. Nada extraño ocurrió. Tras la misma, se reveló un pasaje iluminado por antorchas, de roca oscura. ¿Qué podía haber en aquél lugar tan lúgubre para lady Mairenv? Pronto lo iba a descubrir.
Era la sexta vez que Tithrant pagaba por entrar a Dagofundrin. Sólo quedaban un par de días para pagar la deuda a lord Paltord Shatsvrof, y aún no habían reunido ni la mitad del dinero. Quinientos dodrins en cinco días era una suma considerable... pero a su vez insignificante. Tithrant tenía claro que el cubil iba a ser desmantelado y ya no volvería allí. ¿Le apenaba? Un poco. Pero al fin y al cabo solo iba allí por diversión: así tendría más tiempo para sus misiones, es decir, para sobrevivir.
-¡A la mierda! -gritó la voz bronca de un hombre anciano-. ¡Todos a sacar vuestros dodrins de los bolsillos! Si no lo hacéis, me veré obligado a hacerlo yo mismo.
-Que estés el día entero aquí, viejo, no significa que los demás no tengamos una vida en la cual emplear estos dodrins mejor -respondió una mujer que bebía una jarra de cerveza. Tithrant la había visto antes: era guardia de la ciudad.
ESTÁS LEYENDO
HERMOSO E INICUO | Sellos al Alba #3
FantasyNos encontramos en las Montañas Ashrient, al noreste de Thodriol. Allí podemos seguir a la joven mercenaria Ishranter Dagaveloz, que deberá conseguir un artefacto para su contratista. El problema es que ella no podrá echarse atrás: si no logra compl...