¡Por fin llegamos!

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Mientras caminábamos, se notaba tensión en el hambiente. Quizá fuera por el ataque que habíamos sufrido antes, pero todo cambió cuando llegamos.

Después de andar kilómetros y kilómetros, ahí estaba ¡el templo del Jaguar Dorado, delante de nuestras narices!

-¡Por fin llegamos!- exclamaron los padres de Lucía.

-Si, hemos llegado, solo queda entrar y coger el Jaguar.

Nos acercamos a la entrada. Era oscura y, he de reconocer que me entró miedo en ese momento.

-Os advierto de que todo el templo está lleno de trampas, y yo no se donde están, así que tened cuidado, si no quereis acabar con un dardo clavado.- les dije.

-Está bien.

Entramos en el templo. Estaba lleno de grabados en mi idioma, que yo traduje por si indicaba donde estaba alguna trampa.

Avanzamos sin problemas, hasta que llegamos a un pasillo amplio, donde cada una de sus losas tenía algo escrito. Me recordó a un antiguo tablero de patolli, mi juego favorito. Rápidamente deduje que había que pisar las losas correctas para cruzar. Antes de que yo dijera que losas había que pisar, el padre de Lucía, Fernando, se lanzó hacía una losa incorrecta. Todo comenzó a temblar, el suelo se vino abajo. Yo corrí a sujetar a Fernando, que luchaba por su vida, pero llegué tarde. Se había caído.

En busca del jaguar doradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora