Prólogo

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"Era un maricón que prestaba sus servicios, esto a la prensa no le va a importar."

El cuerpo ensangrentado se encontraba boca abajo sobre el colchón, tenía casi 15 puñaladas esparcidas por cada parte de su piel y esas sólo eran las que se dejaban ver en su espalda, en esta se podía ver claramente la palabra "faggot" escrita con un cuchillo afilado que desgarró su piel. Aún seguía tibio, pero la miraba se podía deducir que se encontraba sin brillo, llena de terror, completamente perdida en la luz amarilla de la lampara en el velador de noche.

"¿Pondrás simplemente que lo mataron por maricón?" pregunto el policía más joven, mirando aún impactado el cuerpo. El hombre gordo con un bigote rubio sorbeteó el agua que caía por su nariz debido al frío invernal en la habitación, meció su cuerpo sosteniéndose de sus talones, levantó sus hombros y asintió sin preocupación.

"Ahora limpien esta mierda, envíenlo donde el forense y llamen a la madre. Si la mujer tiene alguna pregunta díganle que su hijo murió de sobre dosis, cualquier imbécil que acepte entrar a este hotel con un desconocido debe de ser morfinomano o idiota."

Quedé observando el cuerpo unos instantes luego de que ambos policías y forenses saliera de la habitación. Paseé mis ojos por ella y la reconocí al instante: Yo había pasado la noche ahí, en esa misma habitación junto a un tipo extraño, rubio, de lentes grandes y la cara enrojecida. Era un tipo extraño, estaba bastante nervioso y sólo me pidió sexo oral, luego de terminar sobre mi camiseta se quedó sentado en el borde de la cama, mirando su reflejo en el espejo que estaba por encima de un tocador, sacó sus lentes y secó el sudor que estaba bajo ellos.

Me parecía extraña la situación por qué no recuerdo en qué momento dejé el hotel, ni menos porqué estaba dentro de él aún, al lado de un montón de policías. Sabía de los rumores sobre este hotel, del aura oscura que lo envolvía y sobre todo de su extraño dueño, pero era uno de los más económicos en Los Ángeles. Una habitación simple podía costarte como máximo tres dólares la noche, no tenías agua caliente, pero era lo de menos, la gente que alquilaba sólo eran viajeros, traficantes de heroína o delincuentes comunes.

Después de observar el lugar una vez más, por el mismo reflejo del espejo note unos ojos avellanos, sabía que nadie había notado mi presencia dentro de la habitación porqué nadie me exigió salir del lugar luego de que todos abandonaran la escena para dejar pasar a quienes se llevarían el cuerpo. Caminé hasta él, puse mi mano en su hombro y lo volteé rápidamente.

Era yo con los ojos perdidos en cualquier punto. Una angustia se posó en mi pecho y mi respiración se cortó, un viento helado pasó de forma fugaz por mi lado y comprendí porqué nadie notó mi presencia dentro del lugar.

Yo estaba muerto. 

O M E R T ÀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora