El eco del agua

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Fue el constante goteo, el que le llevó a brincar de su cómoda. Irritado del insomnio y el ruido del agua al filtrarse por su techo, intuyo que la mejor decisión podría ser despejarse recorriendo los rincones de su gran hogar.

Merodeo por los pasillos, que a cada paso se le hacían terriblemente infinitos. La espectral luz de la luna, reflejada por los empapados ventanales, daba un aura inquietante al caminar. La niebla espesa parecía colarse por las bisagras y huecos de la antigua estructura, nublando todo a su paso. Era capaz de ver poco más que su mano firme, sosteniendo la única luz cariñosa en todo el camino.

El goteo se detuvo.

Pero la lluvia nunca cesó.

Sintió extrañeza al voltearse. Como si algo o alguien le estuviera siguiendo desde el instante en que despegó su espalda de los edredones. Oyó rasguños. Inmediatamente arremetió contra sí mismo, culpando sus sentidos y excesiva imaginación. La mente estaba maquinando fantasmas donde no hay.

Las manos le temblaron, de pronto una ráfaga fría lo azotó. La débil luz del candelabro, la que le acompañó en su vigilia, se apagó. Estaba solo. O eso creía. Por uno u otro motivo, permaneció en su andar. Tiritaba del temor y el frío. Ya no podía volver a la calidez de su cama. Interiormente se maldijo por haber dejado tan pacifico lugar, pero nuevamente ese incesante goteo invadió su cordura. No podía librarse de ese eco.

Sentía que había recorrido más de una vez el mismo lugar, los mismos muebles, las mismas pinturas, las mismas cortinas de terciopelo y el mismo gran retrato de sí mismo, tan jovial como su recuerdo.

Se detuvo ante el imponente cuadro. Admirando la belleza con la que el pintor lo represento. Plumas, alhajas y zafiros, la poderosa postura con la que realza el ego y aquella mirada cruel, carente de toda pizca de empatía. Oh, cuánto aprecio le guardaba a su propia existencia.

Una vez más, la misma ventisca helada corrió por el pasillo. Las telas del camisón se enredaron en sus piernas, como queriendo regresar. Era tiempo de recuperar el sueño perdido. Pero, ¿hacia dónde debía ir? ¿Hacia atrás o hacia adelante?

Notablemente perdido, miró hacia ambos lados como si susurros le guiarán el camino. No oyó nada. Solo el silencio de una noche eterna. Confundido, se valió únicamente de la intuición. De pequeño le repetían que tenía un don para las adivinanzas y las artes del azar. Esta vez, le servirían de algo.

Andaba descalzo por el tapete rojo. Desorientado, pero confiado en su instinto.

El mismo pasillo, los mismos ventanales, la misma niebla y la sensación constante de asedio ante ojos de Dios sabe quién.

Las mismas telas, las mismas estatuillas, las mismas alfombras, la misma oscuridad, el mismo hedor a muerte.

Anhelaba que terminara, la fatiga le estaba consumiendo y arrastraba sus pesados huesos por el pasillo interminable.

El molesto goteo resonó por sus oídos. Le estaba volviendo un demente. Gritó desesperado. Quería correr, pero parecía inacabable. No podía escapar de aquel pasillo y el goteo retornó aún más insistente. A pesar de lo inútil que resultará, corrió más y más rápido por el corredor, hasta sentir que le saldrían los pulmones por la boca. Dio un vistazo rápido a la obra que descansaba sobre la pared. Algo había cambiado.

Ya no oía aquel goteo.

Ya no oía absolutamente nada. Ni la lluvia, ni el viento, ni su respiración.

Quedó sin aliento al observar, perturbado, la imagen encuadrada en el marco de oro. Ya no podía reconocerse. En el asiento aterciopelado donde antes descansaba su figura empoderada y joven, reposaba allí un anciano, sucio y vestido de harapos. El estado de la pintura y su cuerpo eran deplorable. El cabello se le caía de a mechones. La sonrisa que todos le halagaron alguna vez, era un hueco negro hacia sus fauces. Reconoció el rostro en un parpadeo. Estaba podrido.

Absorto por la pintura y negado ante semejante espanto, quiso huir. Sin embargo, sus piernas no se lo permitieron. Cayó estrepitosamente. Sintió los huesos chocar duro contra el suelo como si fuera de cristal. Ya no podía seguir el camino. Nunca debió salir de su cama, ¿Por qué lo hizo en primer lugar? El goteo, otra vez el maldito goteo. Quería arrancar sus oídos y no recordarlo nunca más. Aquel momento en que la sangre escurría por sus manos y goteaba entre sus dedos, mientras el último suspiro de su víctima, escapaba de los labios. Ese carmín tan oscuro que borboteaba por su cuello tras haberlo degollado. Aterrado, se encogió abrazando sus propias piernas. Mientras veía cómo el gran cuadro que alguna vez mostró su supremacía, ahora era tan solo el vestigio de su moribundo progenitor, a quien despreciaba.

"No, no es posible" Bramó el sucesor. Incómodo y horrorizado ante la imagen de su padre. Los patéticos sollozos de su parte; inundaban el tétrico ambiente nocturno.

De repente, la cadavérica figura se inclinó hacia su visitante, rasgó la tela con sus finas falanges, como intentando alcanzarlo.

"¡NO! ¡No te atrevas!" En un estado de absoluto horror, vociferó contra su espectro. Pero ya era tarde, lo había tomado del cuello, representando la escena. Pero esta vez, era él a quien asesinarían.

El goteo se detuvo.

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