Sarah, primera interacción.

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Aparecí en un claro en medio d lo que parecía ser una amplia selva. El verdor había sido consistente desde hacía unos meses, al punto de estar acostumbrada, pero eso pronto terminaría. La parada brusca d mi cuerpo me indico que el avance tranquilo había terminado y ahora tendría que arreglármelas yendo a pie.

—¿Aquí? —pregunté, esperando estar equivocada.

Aunque pareciese que estaba sola, le hablaba a la entidad que ahora siempre me acompaña. Vordove, el dios del espacio.

—Sí, más allá mi visión se oscurece debido a la presencia de mis hermanos. Si te transportas a oscuras es muy probable que termines atrapada dentro de un árbol o una roca. O peor, en medio de un nido de monstruos que no puedas vencer.

El continente mágico. Se suponía que era una tierra extraña y plagada de peligros, pero hasta el momento no había sentido nada de eso. Si bien en parte era porque nos transportábamos cada cierto tiempo, so no lo explicaba por completo. Después de todos habían sido meses desde que estaba ahí..

—Eso es por mí —me dijo Vordove, adelantándose al conocer lo que pasaba por mi cabeza—. El aura divina que emano aleja a las bestias. Algo bueno de ser yo.

No le respondí, estaba algo enojada porque, después de todo, esa habilidad no era tan buena, ya que también las bestias comestibles dejaron de aparecer, así que porque no había encontrado nada de comer desde hacía un buen rato. Al principio incluso tuve que regresar a un lugar conocido por algo de pan ya que la fruta que tome de un árbol casi me mata, pero después de adentrarme más ya no pude regresar, mis poderes no llegaban a tanto. Fue horrible. Y, además, el pan ya estaba negro y me quedaba muy poco.

Pero no tenía más opción que seguir adelante. Aparte de una carta a mi abuela y otra a Hill, no me había despedido de nade, pues mi misión era secreta. Lo que yo buscaba, la información que necesitaba, no podía compartirla con nadie. Al menos no con ellos, que ya estaban con las manos llenas con sus propios asuntos.

El primer santuario del espacio, también conoció como la biblioteca divina. No sabía dónde se encontraba, ni siquiera si existía, puesto que ni siquiera mitos existían sobre el lugar. Pero, según Vordove, todo lo que necesitaba saber sobre mi enemigo estaba ahí.

—Hay vida humana más adelante —susurró Vordove.

Me detuve en seco. Hacia un buen rato que no estábamos en una aldea y eso siempre significaba lo mismo: comida más allá del pan mohoso que cargaba en mi bolsa.

Alguien debería darme crédito por no correr cuando vi a lo lejos las murallas hechas de madera, propias de esta parte del mundo. No eran muy altas y estaban dispuestas como estacas para evitar los ataques de monstruos, lo que me pernitio ver el asentamiento que estaba dentro. Y sin pensarlo me transporte hasta allá, llegando básicamente de un paso hasta la mitad del poblado.

Solo para encontrarme con una escena que, si bien era muy normal, no dejaba de desesperarme. Justo enfrente de lo que sería una posada, dos tipos y un viejo gal'he, enorme y con garras y dientes expuestos, se estaban enfrentando a puño limpio. Sentí un vacío en el estómago al ver la apariencia y ropas del gal'le. Solo esperaba que las manchas de grasa y sopa en lo que antes fue un delantal blanco no significaran que él era el cocinero.

—¿Qué está pasando aquí? —le pregunte a una joven que estaba cerca, una de los poco humanos a la vista.

—Nada —me respondió suspirando, resignada—. Que son idiotas. Intentaron pagar con un tipo de moneda que no se usa aquí y luego se intentaron darse a la fuga. El posadero los alcanzo y, bueno...

Asentí, entendiendo más o menos lo que ocurría. Pero tenía hambre y la multitud, que vitoreaba a unos y otros, así como el hecho de que los humanos no usaran magia, significaba que más que una pelea, era un espectáculo. Y que iba a durar mucho.

—¿En serio a los humanos les gusta verse pelear entre sí?

—Eso parece —le respondí, sin muchas ganas.

—En realidad, ellos son idiotas —dijo la voz de un chico a mi lado.

Me volteé, algo sorprendida ya que no lo había notado hasta ese momento, pero a mi lado se encontraba un joven muy parecido a uno de los dos que estaban peleando, a excepción de su ropa, que, aunque sucia, daba la impresión de ser muy elegante.

—¡Oye, yo te conozco! —gritó de repente la chica, mirando mi rostro—. ¡Eres la hija de la diosa del agua!

—Nieta —la corregi. Tenía la extraña sensación de que los había visto antes, pero no estaba segura. No se habían grabado en mi memoria. Pero eso no era lo importante ahora.

—Esperen.

Me transporte hasta donde se encontraban y solté a la semilla en medio de ellos, quien los paralizo antes de volver a entrar en la daga.

—So sé yo, pero me parece que no debiste noquear también al cocinero —opinó Vordove. Aunque por su voz casi no podía saberlo, me pareció notar burla en su voz.

—Oye —me llamo el gemelo que no estaba en el suelo—. Esa voz... ¿Quién...?

—Si tienes hambre, déjame ayudarte —lo interrumpió la chica, tendiéndome la mano—. Me llamo Samin. Y él es mi buen amigo, Astar. ¿Cómo te llamas?

Theria , Volumen 7.5: CasaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora