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Aidan es muy distinto a Elliot en varios aspectos.

Simpático y encantador. Aidan es la persona más amistosa que muchos han conocido, seguramente debido a su extraversión y amabilidad. Cuando pasa por los pasillos de la escuela no falta alguien que lo conozca, se contagie de su sonrisa o no pueda contener un suspiro culposo. Sea cualquiera la situación en la que se encuentre, el muchacho nunca se niega a ayudar y con mayor razón si se trata de sus amigos o Elliot. Está dispuesto a dar su tiempo y paciencia a quien lo necesite. Además de ser popular socialmente por su increíble forma de ser, Aidan es atractivo. Es atractivo de una forma muy distinta a Elliot. Aidan causaba risas nerviosas en más de una persona.

¿Sus calificaciones? Promedio.

¿Alguna habilidad artística, intelectual o deportiva? Ninguna.

¿De familia importante? Tampoco.

Lo que hacía a Aidan una superestrella era lo maravillosa persona que es, casi irreal para algunos, y que sus intenciones son únicamente buenas. Las únicas dos cosas en las que coinciden él y Elliot son su amor hacia el otro y que ambos no piden ayuda por más que la necesiten, aunque esto aún no es del conocimiento de Aidan. De igual forma, los opuestos se atraen ¿No?

—¿Ya acabaste tu espectáculo? ¿Quieres que te lance billetes? ¿Ropa interior? Confieso que no traigo sujetador ¿Prefieres que grite tu nombre?

Le dirigió una mirada cansina —Tu solo gastas dinero en tonterías —dijo ya frente a la puerta de su aula, mientras bajaba su mochila de su hombro y posteriormente la abría en busca de algo que parece no encontrar ya que lo hizo con mayor rapidez y brusquedad. Pánico—

—Es bueno que te reconozcas como una tontería. La aceptación personal es clave para el éxito, o eso escuche en alguna parte.—su voz fue exageradamente melodiosa—

Aidan seguía con las manos dentro de su vieja y descolorida mochila azul, que se niega a cambiar porque según él las demás son muy llamativas. La suya también lo era, pero no consideraba llamativo tener escrito con indeleble los nombres de sus amigos junto a una variedad de garabatos a lo largo de los mangos de esta. Levantó la mirada de forma amenazante a su mejor amigo tras su comentario. Busco nuevamente entre todas sus cosas y las tiró abruptamente al piso con un mínimo de esperanza de estar equivocado. Cuadernos, un libro de álgebra, un estuche donde apenas cabían algunos lapiceros, monedas que posiblemente no sabía que estaban ahí, papeles, la envoltura de sus dulces ácidos favoritos y demás. Había muchas cosas dentro de esa mochila, pero ninguna era del interés de Aidan en ese preciso momento. Poco le interesó ver el lapicero con el que tomaba apuntes caer y desarmarse en el piso, o su carpeta de deberes doblarse por el desastre.

—Demonios... —repitió varios y desesperados "no" entre dientes, porque si tenía razón desafortunadamente —Lo olvidé, Dorian. Como siempre, lo olvidé.

—¿Qué? ¿Tu buen humor? Tampoco es que pase a menudo.

—No. Olvidé mi libro de historia en casa. —suspiro frustrado por su descuido—

"¿Qué hago? ¿Qué hago? ¿Qué hago? ¿Qué hago?" Pero rápidamente cambió de ánimo a uno alerta buscando con la mirada algo o mejor dicho a alguien en el pasillo lleno de estudiantes quienes llegaban a sus salones como ellos se suponía que debían de igual forma. Algunos de sus compañeros se empujaban para sentarse en un asiento de una buena vez, sin muchos ánimos claramente. Y como cualquier buena idea, después de tener la mente en un constante y estresante estado en blanco, sucedió."Bingo"

—Ya sé. —declaró con una sonrisa a su amigo.

Resopló—Te tardaste bastante en pensarlo. Si crees que no te dará un sermón, déjame decirte que tienes una idea equivocada de la generosidad de tu novio. —

SempiternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora