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Abrió sus ojos. ¿Ya era de día? La radiante luz del Sol calentaba su piel blanquecina pero saludable.

— ¡Buenos días, Chuuya! — Llamó una animada voz que, a pesar de su alegría, desprendía burla, que no hizo más que aumentar la ira del pelirrojo.
No reconocía la voz de quien le llamó. No sabía dónde estaba y, para colmo, el Sol lo cegaba y obligaba a que mantuviera sus ojos cerrados.

— ¿Dónde estoy? — Preguntó desconcertado, aunque un gruñido salió de sus labios. No era un lugar que reconociera, ni tampoco la sala blanca donde había estado el día anterior. Podía oler flores, y el sonido de un río corriendo llegaba hasta sus oídos. Parecía estar en una especie de paraíso, y eso lo molestaba más, no poder ser capaz de disfrutarlo.

— ¿No me recuerdas? — Cuestionó la voz, pero al pelirrojo no le parecía familiar la voz que hablaba.

— No, ¿debería…? — Respondió. Quería explicaciones, no podía permitirse generar más preguntas en su ya confusa mente.

Se levantó. Giró su mirada hacia un joven de cabelleras castañas. Tenía vendas por todos lados, y algunos parches decoraban su dañado rostro. O quizás sólo las llevaba por moda, a saber. El caso es que mostraba una sonrisa, como si se conocieran de toda la vida, como ese reencuentro con un amigo al que no ves desde hace años. Pero Chuuya sólo podía mirarlo con las cejas alzadas, como intentando recordar algo que no sabía de antemano.

— Despierta. — Escuchó, pero los labios de Dazai no se movieron, no lo había dicho él.

Reaccionó con una mirada furtiva a sus lados, buscando a quien había hablado, sin embargo el joven de vendas parecía no haber oído algo.

— Chuuya, despierta. — Volvieron a llamar. ¿Despierta? Si ya lo estaba.

Comenzó a sentir temblores. Todo comenzó a agitarse, como si un terremoto asaltara la ciudad. El chico de vendas no parecía darse cuenta de ello, pero los árboles a su alrededor se rompían y el suelo temblaba violentamente.

Despertó. Abrió sus ojos. Estaba de nuevo en la sala. Aquella maldita sala blanca que, a pesar de que solo la conocía por un día, ya odiaba. El monótono tono blanco de las paredes y del suelo. La puerta metálica, que era lo único que traía diferencia de color. Los murmullos suprimidos que se oían desde fuera. Y la ventana, la ventana por la que podía ver a la gente mirándolo.
Se sentía observado. Como un animal en un zoo. Impotente, encerrado y admirado, como si fuera un ser desconocido. Como si fuera  diferente a los demás. Nunca había tenido problemas así. Siempre lo habían tratado como alguien normal. En su entorno, su poder era completamente normal. Incluso era temido.
Siempre había tenido un carácter firme. No serio, sino agresivo, de esa gente que te amenaza por cualquier cosa. Es por ello que no solían meterse con él. Era bien sabido que su habilidad era poderosa. No sólo por su poder, también por su fuerza física.
Quizás, en realidad, era por su naturaleza agresiva y su presencia amenazante. A veces, deseaba no serlo. Deseaba poder camuflarse entre los niños que correteaban a su alrededor. Soñaba con no ser el centro de atención, y pensaba si algún día podría juntarse con los demás sin ser mirado de reojo como alguien peligroso.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por unos toquecitos en la robusta puerta, que retumbaron en sus oídos y lo aturdieron brevemente. Abrieron la puerta. Fyodor pasó, aunque no estaba solo. Un hombre de hebras albinas y cabello largo lo acompañaba. Iba pulcramente vestido, y aunque la mayoría de su traje era blanco, sus largas uñas eran de un color negro como el carbón. Ambos cruzaron sus miradas unos segundos. La mirada  carmín del más alto lo intimidaba, y no era algo común en él. Se encogió de hombros, y el mayor aumentó su sonrisa. Algo de él no le gustaba.

— Hola, Chuuya. — Dijo. Su voz era profunda, aunque no mucho. Tenía un tono que, a pesar de amenazante, denotaba aburrimiento. — Un placer conocerte por fin.

— ¿Quién eres? — Preguntó el chico de cabello anaranjado.

— Mi nombre es Shibusawa. No es necesario que te presentes, ya lo sé todo de ti. — Mencionó.

No era la mejor manera de comenzar. Si lo que pretendía era no asustar al menor, aquella no era una buena manera.
Simplemente tragó saliva y esperó, expectante, lo que tuviera que decir. Sólo esperaba no haberla cagado tan pronto.

Deimos ↳ FyoyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora