XI. Tu día Marco

28 6 0
                                    

Marco.

No mentía cuando dije que debía levantarme temprano, tenía un trabajo del cual debía ser responsable. Perla y las niñas podían dormir un poco más, mientras yo, limpiaba el desastre de ayer y preparaba el desayuno de ese sábado.

Sí lo recordaba, ese día era mi cumpleaños y lo que más añoraba entonces, era el abarazo de mi mamá, un beso de Cristina y el desastre de torta que hacía Luna al intentar preparar una torta de chocolate. Sin embargo, no existía ruido, no sonaba el timbre con una visita y no olía a chocolate. Contando que Perla no lo sabía y tampoco quería embrollarla con eso.

Esa mañana era muy tranquila, silenciosa y agradable para mí, estaba yo solo, limpiando y con ganas de dejar a las chicas dormir hasta más tarde. Tenía la perspectiva de como terminó Perla... porque las niñas son muy tremendas, sobretodo Carolina.

Llegó una llamada de mi Cristina. Sonriendo contesté.

—No sé en sí, cuál es la función de estas fechas, a veces pienso que es para que las personas no olviden la existencia de otras, sin embargo, el ambiente se siente a ti, el amanecer de hoy me recuerda a ti y es imposible olvidar tu día, porque eres parte de tu día... Feliz cumpleaños, Marquito.

—Y yo no sé, quién dijo que este día se celebra, pero es una buena excusa para escuchar tu voz.

Hablé con ella media hora, luego me dijo que iba al mercado con su mamá. Un rayo de alegría fue especial, siempre había estado enamorado de ella, por ser como es, aunque a la vez es muy justa y eso siempre fue un problema para muchas cosas.

Preparé el desayuno tranquilamente, no tenía ninguna prisa, al terminar revisé el teléfono, habían varios mesajes con felicitaciones y buenos deseos. No era el popular del Instituto, pero sí tenía muchos amigos, como diría mi mamá, "eres un alma libre", conocía a muchas personas, chicas o chico, hasta con los profesores creé grandes lazos, de todas esas personas me llegó un mensaje.

Leí el de mi mamá antes que el de cualquiera:

"Primero, advierto que aunque estes cumpliendo los veinte años, sigues siendo mi bebé. Jamás voy a olvidar el día que neciste, ese día sonreiste al llegar a mis brazos, solo eso bastó para saber que ibas a ser un galán y un chico carismático. No me equivoqué y justo ahora deseo abrazarte, tienes todos mis abrazos acumulados, cuando regreses (que espero que sea pronto), te abrazaré todo un día, hasta dos. Te amo mi pequeño Marco."

Estaba feliz de leer algo de ella. Era la mujer más fuerte y poderosa, había resistido muchas cosas y aún así seguía sonriendo y siendo la madre perfecta, con todo y sus imperfecciones, ella es perfecta.

Levanto la mirada del teléfono y vi a las niñas acercarse con una torta blanca y unas sonrisas, detrás de ellas venían Celeste, la abuela que salvé el otro día y Perla, esta última un poco inexpresiva, para en ese momento la intención es lo que me importaba.

—¡Sopla! —gritó Carolina refiriéndose a la vela encendida sobre la torta.

—Ay no, Carolina —chilló Clarisa—, la regla es pedir un deseo.

Al momento de la emoción el deseo es algo difícil de elegir, no obstante, miré a mi alrededor, las sonrisas de quienes me acompañaban y pensé bien mi deseo: «deseo, que pase lo que está preparando para todos, que las verdades sean lo que abunden en mi vida y la de mi nueva amiga Perla. Deseo poder lograr lo que mi hermana hubiera querido ver». Soplé la vela y las niñas, junto a las dos mujeres celebraron.

—¿Se puede saber qué deseaste? —preguntó Celeste con una adorable sonrisa.

—Él niño alto no lo puede decir, si lo dice no se cumple —aclaró Clarisa.

—¿Cuántos años cumples? —preguntó Carolina, un poco apenada.

—Veinte años —respondí.

—¡Te lo dije, Carolina, él no puede ser tu esposo porque es mucho mayor que tú! —recordó Clarisa.

—Pero no son muchos, Clari... ¿verdad?

Los tres adultos nos vimos a los ojos, se trataba de una niña una muy alegre, no podía ser franco en ese sentido, después de todo eso sería pasajero.

—Sí, son muchos años, Caro —opinó Perla, la niña bajo la cabeza y yo le di una mirada de reproche a la emisora.

—Sin embargo, hay personas que dicen que para amar no hay edad.

—¿Eso quiere decir que sí me quieres?

—Claro que sí —dije nervioso, era una niña y yo me moría de los nervios, creo que ella ahora es la rompecorazones de su Instituto—. ¿Comemos?

Todos asentieron, Carolina me dio un fuerte abrazo antes de ir a la sala. La señora Celeste también las acompaña y Perla se queda a conmigo para ayudarme a servir el desayuno.

—Le romperás el corazón ¿lo sabes? —anunció ella.

—No creo, es una niña... lo olvidará.

—No, es una niña, jamás olvidará su primer amor —bromeó—, cuando sea viejita y le cuente a sus nietos su amor frustrado contigo lo verá estúpido, mientras, no.

—Ay. —Miré a Perla y ella parecía divertirle la escena—, Caro es una niña muy linda, pronto se acostumbrará a mi actitud de hermano mayor y ya...

—Ay, Marco.

Sonreí ampliamente, primera vez desde que llegué que ella me llamaba por mi nombre y no Mocoso.

Mi día fue agradable, desayunamos, comimos torta y escuchamos música de todo tipo, puesto que habían muchas personas en el apartamento y todas con gustos musicales diferentes.

Cuando estaba por terminar el día, me despedí de todos, agradecí cada uno de los mensajes y un personaje muy importante me dejó despierto por varias horas, tenía tiempo sin hablar con él y ese día lo puse al tanto de todo lo que ocurría en mi vida.

La mala y un final felizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora