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imagina: bertholdt se siente terriblemente mal consigo mismo, así que corre a tí porque siempre haces que se sienta mejor.

...

El de cabellos azabaches se encontraba alejado de los demás cadetes, escondido detrás de una de las cabañas del campamento, mirando al piso y tomando sus hebras con desesperación. Se sentía miserable, una mala persona que arruinaba vidas y que no merecía estar vivo por lo que causó hace cinco años.

Dentro de tres días volvería a actuar, destrozaría con una patada el muro Rose, llevando nuevamente a personas inocentes a sus muertes.

No iba a negarlo, estaba asustado, si el plan salía como lo habían hablado él y el par de rubios, su amada (n) iba a estar expuesta al peligro de igual manera él y el resto de sus amigos. Iba a sentirse el peor monstruo del mundo si por su causa la luz que brillaba con enorme intensidad en su densa oscuridad se apagara para siempre, no podría seguir sin ella a su lado.

Tragó grueso y respiró profundo, intentando calmar sus nervios, sin embargo, parecía una tarea difícil para sí mismo. La única persona que podía hacerlo sentir mejor era (n).

Se puso de pie y limpió la tierra en su pantalón, caminando hacia la cabaña de las chicas, en donde posiblemente su novia podría estar.

Volvió a tragar saliva y tocó la puerta, esperando ser atendido por la (c/c) de ojos (c), pero en este caso fue la rubia de aspecto neutral que pensaba ir a dar una vuelta por el campamento mientras ordenaba sus pensamientos.

—A-annie, ¿(n) se encuentra? —Cuestionó con un leve sonrojo en sus mejillas.

—Mmm, creo que está lejos de aquí, realmente no lo sé. —Cerró la puerta detrás de sí. —Salió muy rápido de aquí luego de que Ymir le dijera algunas cosas. —Se encogió de hombros, alejándose de allí.

Bertholdt suspiró, mirando la manija de la puerta, teniendo intensiones de entrar para ver si lograba encontrar a Ymir y preguntarle si sabía en dónde estaba su novia. Justo en el momento en el que colocó su mano sobre el pomo, alguien lo llamó, y él de inmediato giró su cuerpo al reconocer la dulce voz de (n).

—¿Me buscabas, cariño? —preguntó, sonriéndole ligeramente.

—S-sí. —se acercó a ella y la envolvió en sus brazos, dándole un abrazo que la (c/c) correspondió segundos luego de procesar la acción repentina. —Necesito hablar contigo. —Se alejó un poco para verla a los ojos.

—Claro, vamos. —Le tomó la mano y lo llevó consigo a donde siempre iba cuando necesitaba reflexionar ciertas cosas.

Se sentó en el piso, acción que el más alto también copió, sentándose frente a ella. Respiró hondo y después dejó salir ese mismo aire. Miró la unión que aún mantenían sus manos y se sintió fatal. Sus pensamientos volvieron a atormentarlo. Frunció el ceño enojado. Sus ojos se cristalizaron y unas cuantas lágrimas salieron, preocupando a la chica frente a él.

—¿Po-por qué lloras, bertholdt? —jadeó, limpiando con la palma de su mano las lágrimas. —Por favor, no llores.

El muchacho la jaló hacia él y la volvió a envolver en sus brazos. Mordió ligeramente su labio inferior y escondió su rostro en el hombro de ella, preguntándose tantas cosas, destacando una de ellas:

¿Debería contarle todo, explicarle de dónde provengo y decirle la razón de por qué lo hice?

Las inmensas ganas de decirle absolutamente todo a (n) lo invadieron. Tenía una lucha interna entre el guerrero y el soldado, y sólo uno estaba logrando la victoria.

—(n), ¿Soy una mala persona?

—¿Qué? ¿Por qué dices eso? —Colocó sus manos sobre el pecho de él y se apartó solo un poco para verlo a los ojos. —Cariño, tu no eres malo... Eres un ángel. Tu eres una persona muy buena, humilde e increíble. —le besó la punta de la nariz. —No pienses que eres alguien malo cuando no es así.

—Es que... Es que. —apretó sus labios. No se atrevió a contarle. —Es que así lo siento. He estado tan atormentando, mi mente sólo me repite una y otra vez que soy un monstruo, que no merezco vivir... Y es tan cierto. —musitó. —Incluso me dice lo mucho que no te merezco.

La muchacha se quedó perpleja, no sabía que decir con precisión. Bertholdt la había dejado sin palabras, no podía creer que él tenía esos horribles pensamientos de sí mismo. Le parecía confuso, nunca vio a Bertholdt ser alguien malo, cruel, ni deshonesto, así que no entendía la razón de aquello.

—¿Me puedes explicar por qué piensas así de tí? —acarició sus mejillas y besó sus lágrimas saladas. —No voy a juzgarte, sólo ayudarte... No quiero que mi novio se sienta miserable.

Él decidió quedarse callado, no iba a contarle de Marley, ni del colosal, ni de nada. No quería perder lo único maravilloso que tenía en su vida por una estúpida misión que no valía nada.

—Quisiera decirlo, pero no puedo... Lo siento. —Tomó sutilmente una de las manos de la muchacha y le besó la palma.

—No te preocupes, está bien. —Suspiró, dirigiendo su mano libre a los cabellos de él. Iba a repartir caricias allí, de esa forma Bertholdt iba a sentirse mucho mejor. —Cuando estés preparado, dime, ¿De acuerdo?

—Sí. —musitó, cerrando sus ojos.

La (c/c) se apartó del chico, acomodándose en su lugar para que él se acostara sobre el regazo de ella y así continuar con las caricias de manera más cómoda.

Ahora Bertholdt ya no se sentía miserable y aquellos pensamientos negativos lograron por fin desaparecer. Había encontrado la paz mental gracias a su rayo de luz.

—bertholdt, te amo. —le susurró al oído.

El muchacho sonrió a medias y soltó un pequeño suspiro de satisfacción, preguntándose cómo era posible qué con tan sólo esas dos palabras y las simples caricias de (n) él pudiera olvidar todo lo malo que lo consumía día a día.

𝘣𝘦𝘳𝘵𝘩𝘰𝘭𝘥𝘵 𝘩𝘰𝘰𝘷𝘦𝘳 , 𝘰𝘯𝘦 𝘴𝘩𝘰𝘵𝘴Donde viven las historias. Descúbrelo ahora