Prólogo

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Fylen es un planeta ubicado en un espacio oscuro sin otros planetas que le acompañen, no existen estrella alguna que brille a la distancia en ese firmamento mas que dos lunas que acompañan al planeta, pero estas se mantienen inertes y no rodean al mismo.

Dentro del planeta existen varios continentes y en cada uno existen poblaciones de hibridas razas humanas, donde cada una de ellas se rige por sus propias reglas. Larvantra es un continente ubicado en el hemisferio sur del planeta. Existen cinco reinos que se distribuyen por todo éste continente y cada rey de esos reinos, poseen el atributo en su código genético que no les permite envejecer y poseen poderes que lo distinguen del resto. Estos poderes varían dependiendo el uso o la intención con la que se aplica. Cada reino es una fortaleza que se rigen por separados. Nadie puede entrar o salir sin el consentimiento del rey, ya que la prioridad es no exponer al reino a las calamidades del exterior. Fuera de los reinos existe un ambiente peligroso, páramos que refugian muchas criaturas peligrosas. Las personas que se encuentren en el exterior deben sobrevivir a todo tipo de amenazas, teniendo muy poca confianza en los extraños, pero también existen grupos de personas que se organizan para protegerse los unos a los otros, ellos van en caravana construyendo pueblos en lugares alejados a los reinos o bien se distribuyen como un grupo nómada.

Día soleado, en el descenso de una colina se hallaba un niño recostado en el suelo, el viento era suave y la hierba se movía a su vaivén con una delicadeza que acariciaba la piel del niño que dormitaba. A lo lejos se oía a un hombre llamando al pequeño, quien de un salto se levantó y comenzó a correr hacia él. Al llegar, le dio un cálido abrazo, y tomándole de la mano para caminar en dirección a una casa sobre la colina, avanzaron juntos. Aquel hombre era su padre.

Cerca de la casa había un pueblo llamado Brianto, un lugar que se vivía en comunión. Cada habitantes se protegía con armas y no solo a ellos, sino que también a sus vecinos. Algunas las creaban ellos mismos, otras las compraban de un mercader que viajaba por el continente vendiendo armas robadas de los reinos; pero era necesario estar siempre armados, ya que el peligro asechaba a cualquier hora y en cualquier lugar. Fue tanto el riesgo, que cuando se fundó el pueblo, Dregio Brianto, ex soldado de elite de un imperio de otro continente, creó una escuela militar de combate, para que a futuro las nuevas generaciones fueran capaces de luchar contra todo tipo de amenaza. Dregio también estableció un sistema de vigilancia rotatorio constante en caso que el enemigo ataque durante las noches, para que el grupo armado de turno pueda enfrentarlo y evitar daños catastróficos.

Fue tanto el orden que Dregio estableció en el pueblo, que las personas lo dejaron como alcalde y director de la escuela de combate. 

Habían reglas estrictas en el pueblo, una de ellas prohibía la convivencia con los Gastrox, una raza hibrida mitad humano mitad monstruo, la cual es mal vista por todas las criaturas del continente, ya que tienen fama de ser inescrupulosos asesinos y se ordena matarlos en caso de encontrarse con uno, una regla que se había creado hace mucho tiempo atrás. Existe un sistema de conteo de hijos en el pueblo, donde Dregio ordena a las familias contar y registrar a los hijos en cada hogar, de esa forma puede tener conocimiento de los niños que al llegar a los cinco años entrarán a la escuela de combate. 

Ese mismo día, el niño y su padre caminaban hacia su casa en la colina, cuando el pequeño le preguntaba que cenaran ese día, a lo que el hombre contestó: -Cenaremos carne de cordero gris y unas hortalizas de nuestro huerto-, dijo con un tono suave y amoroso, - Así que apenas lleguemos ve a lavarte las manos, ¿oíste Dorian?-, El niño responde:- Sí, papá-.

El sol comenzaba a ocultarse. Al llegar ellos a su casa, el hombre anuncia su llegada diciendo al aire: -¡Cariño, ya llegamos!-, pero no hubo respuesta. El hombre se dirigió a la cocina y no halló a nadie, se paseó por toda la casa pero no había ni una señal de su esposa. El hombre un poco preocupado se dirigió al huerto que se hallaba tras la casa y a la distancia logró ver una figura humana que se aproximaba con tranquilidad. El hombre miraba como se acercaba esa figura que poco distinguía por la luz del ocaso, cuando ya estaba cerca, la figura levanta su mano en señal de saludo, aquel gesto calmó al hombre. Al acercarse más, el hombre reconoció que su mujer era quien lo saludaba.

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