Una Espada Sobre Mi Cabeza

Capítulo 3

Francia - París (Ile Saint Louis)

Harry estaba de pie en el ático escondido del Hotel des Deux Isles. Aparentemente, la casa había pertenecido a los Potter mucho antes de que se abriera al público y, aunque la mayor parte era accesible, el piso superior estaba protegido hasta la empuñadura y solo era mágico. Si bien parte del piso estaba en condiciones razonables, una sorprendente cantidad estaba en ruinas ya que nadie había podido entrar desde que sus padres habían muerto.

Miró a través del agua a la ciudad vieja que se extendía ante él y finalmente permitió que la rabia y el dolor lo invadieran.

Había sido traicionado por aquellos a quienes consideraba familia.

Su corazón se rompió en pedazos mientras gritaba su dolor en la noche, con los nudillos apretados y blancos en la balaustrada de piedra que se desmoronaba.

Sangraba por dentro, no se había detenido desde mucho antes de la Batalla de Hogwarts.

Estaba vacío, despojado, solo en este mundo.

La pérdida y la soledad lo ahogaron, y dejó escapar un grito ahogado por el dolor.

Finalmente, se desplomó, llorando contra sus manos cuando sintió que el dolor lo invadía.

Tantos habían muerto y ¿por qué?

Ya no sabía en quién confiar, quién había sido amigo y quién no.

Se enfureció contra la injusticia del mundo, sus necesidades siempre habían sido dejadas de lado, otras colocadas antes y por encima de él.

Ya no lo toleraría, ya no permitiría que otros entraran solo para aprovechar su bondad.

Habían querido robarle el legado de sus padres, privarlo de elección y voluntad, ¿todo para qué? ¿Dinero? Él se burló.

Siempre fue la forma en que aquellos que lo habían hecho, nunca lo apreciaron. Todo lo que siempre había querido era una familia que pudiera llamar suya, pero todo lo que ellos habían querido era su dinero.

Al menos ahora sabía que todo había sido una mentira, sabía que ya no podía depender de otro para su autoestima.

Caminaría por este mundo solo, protegiéndose de los demás y de su codicia.

Nunca más volvería a usar su rostro. Harry Potter, como lo conocía el mundo mágico, murió en la Batalla de Hogwarts. De ahora en adelante, sería Harry Evans. Un don nadie, un simple obrero enviado a hacer un recado por un magnate rico.

Finalmente, se agotó y se hundió en la cama junto a su bolso y baúl de pociones. Abrió el pestillo, localizando la poción única que el sanador dijo que necesitaría tomar primero. Era una poción limpiadora que eliminaría todo lo extraño de su sistema, dejándolo con una pizarra limpia para comenzar a reparar y reconstruir su cuerpo.

Tirando la poción, se atragantó, con el estómago revuelto de inmediato. Todo su cuerpo empezó a sudar mientras corría hacia el baño, tirándose sobre las baldosas frente al inodoro justo a tiempo para tirar la cabeza por el borde y vomitar lo que se sentía como todo lo que había comido. El lodo que salía de él era multicolor y sabía a todas las cosas horribles que había consumido. Todo su cuerpo se estremeció, el sudor se volvió índigo cuando más pociones fueron expulsadas de su cuerpo.

Finalmente, dejó de jadear y se derrumbó sobre las frías baldosas, el sueño lo reclamó mientras la poción continuaba su trabajo.

*****

Al día siguiente se despertó y se puso a trabajar, catalogando todos los daños y las reparaciones necesarias. Sacó los libros sobre reparación mágica que había comprado en el Callejón Diagon y se puso a ello, perdiéndose en el trabajo. Se sintió limpio y lúcido por primera vez en su vida. La magia ya no era una lucha, casi no tenía que decir ningún hechizo, su voluntad era suficiente para aprovechar lo que quería.

Esa mañana se había despertado y se había aventurado a buscar una pastelería local para tomar un café y desayunar. Había sido un gran alivio no ser notado o cuestionado. El pez babel había funcionado perfectamente, al igual que la tarjeta de cajero automático.

Pasaron los días mientras trabajaba constantemente en la propiedad, se hizo amigo del barista local. Sus tardes permitía que sus penas lo consumieran, cada día despertando y sintiéndose más ligero, dispuesto a afrontar el resto de su vida sin el dolor previo que había teñido sus días anteriores.