Capítulo 1: Ahogándonos

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Todo lo que veía a su alrededor estaba cubierto por una densa capa de humo. Tras los nubarrones grises que empañaban cada brizna y cada pedazo de cielo nocturno, tras la toxicidad que se aferraba a sus pulmones y le oprimía la garganta, llamas naranjas despuntaban. Y, entre las llamas, túnicas blancas y rojas. Soles dibujados en carmesí, como si de ellos mismos irradiase el incendio. 

Risas. Risas atronadoras.

Risas y el olor metálico de la sangre.

Un dolor punzante que no llegaba a identificar como suyo.

Lan XiChen despertó sobresaltado, su mente y sus recuerdos llenos de fuego. Del pasado, un pasado que quedaba más allá de dieciséis años atrás. Agobiado, jadeó hasta librarse del hedor del humo y del repulsivo sabor de la carne quemada casi en los confines de su lengua. A no demasiada distancia de su cama, había agua. Trastabilló y llegó a ella arrastrándose, como si estuviera malherido. Bebió y bebió hasta que los regustos se diluyeron, hasta que no quedó nada de su pesadilla en el río de autocompasión que solían ser sus pensamientos. Solo cuando el aroma a lluvia de los Recesos de la Nube se dignó a darle la bienvenida, reparó en lo extraño de su sueño.

Hacía mucho que no soñaba con la quema de Gusu Lan ni con la Campaña para Derribar al Sol en general. Esas pesadillas habían quedado atrás hacía ya tiempo. Unos tres años, desde que las de sus dos hermanos jurados muertos acosándole comenzaron a inculparle de crímenes que solo él creía haber cometido.

En otras circunstancias, el año pasado o el anterior, habría sollozado. Habría roto a llorar delante de la palangana, sintiéndose tan patético como era pero sin poder evitarlo. Ya no se veía capaz. Ya no le quedaban más lágrimas, pensaba sin saber que nunca se secan del todo. El espejo de cuerpo entero que tenía a no demasiada distancia le devolvió una imagen desoladora. ¿Quién era aquel hombre? ¿Quién era aquel hombre y que había hecho con el ilustre primer jade de Gusu Lan, el honorable y magnífico ZeWu-Jun? Aquel ser roto, escuálido y demacrado no era el cultivador que algún día se coronó como el número uno de su generación. Aquella criatura destrozada, pálida, con los pómulos y los nudillos demasiado marcados, hecha polvo en cada aspecto no tenía nada que ver con el líder de la secta Lan, siempre bondadoso y resplandeciente.

Aquel era solo Lan Huan, de cortesía Lan XiChen, y nada tenía que ver con lo que una vez fue.

Su reflejo le devolvió la misma mirada decepcionada con la que se castigaba a sí mismo día sí y día también. Unos ojos miel vacíos que habían perdido todo el brillo. Las túnicas de dormir le quedaban anchas, demasiado anchas, porque solo encontraba la fuerza para comer una o dos veces a la semana. Por debajo, sus ojos se decoraban con unas enormes bolsas oscuras. Si solo lograba dormir tres o cuatro horas cada noche y las pasaba sumido en pesadillas, era lógico que estuvieran allí. Sus labios cuarteados escocían y su cabello, antes lustroso, se enredaba sin brillo en las puntas rotas. Era un desastre. Una sombra. Un desconocido. 

Un espectro sin apenas voluntad para ponerse en pie.

Dos toques en la puerta del Hanshi le sacaron de sus ensoñaciones, de su espiral constante de auto desprecio. Apenas fueron suficientes para levantarle, pero reconocerlos le trajo un poco de paz. Sonaban tres veces al día: desayuno, comida y cena. Melódicos y siempre puntuales, la costumbre los hacía reconfortantes. Le traían comida que rara vez se dignaba a tocar. A veces su estómago era lo único que le impulsaba a —minutos más tarde, tras asegurarse de que el discípulo encargado de servirle ya se hubiera alejado lo suficiente— ponerse en pie y recoger la comida. Comería algo, un poco de arroz y un poco de verduras, si se sentía con las fuerzas requeridas para ello. Aquella mañana no parecía una de esas ocasiones propicias. No tenía hambre y pensar en comer le daba ganas de vomitar. La inedia le mantendría vivo, así que podía permitírselo. Ya cenó ayer, no creía necesitar más. Sin embargo, un impulso le condujo hacia la puerta principal de su morada.

Shuoyue [XiCheng]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora