Capítulo 9: Probé el sabor de tus lágrimas

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-¡Lan Zhan, mira cuantas plantas! Tiene que ser aquí, ¿verdad?

El trastero de la tienda de Madam Bo era, en realidad, bastante más grande de lo que parecía en un primer momento. No gigante, por supuesto, porque nada en aquella casa tenía un tamaño remarcable, pero sí lo suficiente como para esconder a dos hombres adultos en mitad de una crisis. Lan XiChen no creyó que fuesen a caber los dos, no antes de entrar, así que no dudó ni un segundo a la hora de agarrar de un brazo a Jiang WanYin y empujarlo dentro. Luego resultó que, para su sorpresa, sí que había espacio de sobra y que Jiang Cheng se agarraba a su túnica como si en ello le fuese la vida, así que se vio arrastrado junto a él al interior oscuro aromatizado con menta y roble. Todo ocurrió muy rápido, mucho más de lo que parecía incluso posible. Antes siquiera de darse cuenta, la puerta se había cerrado tras ellos, tras ambos, y los saludos de Wei WuXian eufóricos y esperanzados ahora llegaban embotados por los gruesos muros de madera. Aun así, aunque se sintiese solo un poco más a salvo que durante el instante anterior, el antiguo primer jade no llegó nunca a soltar el tembloroso brazo de su compañero.

La oscuridad del armario era casi absoluta, pero se deshizo bajo el embrujo titilante de la energía espiritual que Lan XiChen convocaba en las puntas de sus dedos. Sirvió para alumbrar estanterías compactas llenas de material de cristal —los útiles que a Madam Bo no le cabían en el laboratorio y que no solía usar muy a menudo, supuso con acierto— unas cuantas hierbas y algunos trastos cuyo propósito los dos cultivadores desconocían por completo. Vista la situación, no es que les interesase demasiado su propósito. Lan Huan notaba el corazón latiéndole justo en la garganta, paralelo a las cuerdas vocales, impidiéndole respirar en pos del miedo acuciante que latía en sus venas. A su lado, Jiang Cheng se había quedado en absoluto silencio. Lívido y sin expresión alguna, como si sus ojos se hubieran muerto de repente. Si sabía que no era una estatua o que no le habían petrificado de rebote por algún hechizo mal lanzado, se lo debía solo a los incontrolables temblores que le sacudían de arriba a abajo.

-¡Encantado de conocerla, Madam Bo! Dígame, ¿ha recibido algún cliente inusual en las últimas semanas? Ya sabe, alto, atractivo, un maestro taoísta parecido a mi apuesto compañero aquí presente.

La voz, el griterío mejor dicho, de Wei WuXian pareció activar un interruptor en ambos. Un gemido atragantado, aterrorizado, abandonó los labios de Jiang Cheng mientras daba un paso atrás, hasta chocar su espalda con los estantes de madera. Su expresión en blanco se convirtió en una mueca de pánico, brillantes sus mejillas incluso en la parcial penumbra por las dos gruesas lágrimas que acababan de recorrerlas de arriba a abajo. Al recular, chocó con una de las estanterías. Daba igual que se cubriese los labios con una mano, su respiración ahogada parecía incapaz de contenerse. Todas las alarmas saltaron en la cabeza de Lan XiChen. 

Les oirían.

En la penumbra del armario, escaneó con la mirada todas las estanterías en busca de algo que pudiera salvarle. Lo que fuera. Recordaba que Madam Bo le había comentado que guardaba algunos talismanes junto a sus viejas probetas... ¡Sí! En cuanto el brillo amarillento de un talismán silenciador llamó su atención, lo agarró sin dudar. Solo cuando refulgió por encima de la rendija de la puerta y se fundió contra la madera, el antiguo primer jade se permitió un suspiro de alivio. Y, a su lado, Jiang Cheng permitió que las rodillas le cedieran como esa marioneta a la que le cortan de golpe los hilos, cayendo al suelo con un ruido seco.

Temblaba, lloraba, parecía incapaz de respirar y un entramado de venas negras tomaba el control de sus manos. La energía resentida floreció dentro del cuarto, más débil de lo que había sido antes, pero aun así abrumadora para su núcleo todavía enfermo. Fortalecida por el miedo, por el terror y la ansiedad que le causaba la posibilidad de ser encontrado justo por su shixiong. Al verle así, Lan Huan sintió una parte de su corazón romperse. Le dolía, le dolía tanto que ni siquiera reparó en el temblor de sus propias manos cuando se arrodilló a su lado, igual de atemorizado. La perspectiva de ser descubierto, arrastrado de vuelta a Gusu Lan y metido de nuevo en reclusión esta vez como castigo por su huida y por la vergüenza que debía haberle hecho pasar a todos sus ancestros le horrorizaba. Le dejaba sin aire en los pulmones y por un momento creía que se marearía, sí, pero sabía que debía sobreponerse. Madam Bo los protegería. Y si no, si su anfitriona fallaba... bueno, siempre había sido más fuerte que WangJi. Quizá podría abrir un camino para que Jiang Cheng escapase, para que los dos lo hiciesen. 

Shuoyue [XiCheng]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora