En la vida lo único que se puede encontrar es un completo caos, la muerte y asesinatos es el pan de cada día, la malicia gobierna el corazón de los hombres, mujeres e inclusive niños. Por esa misma razón, Zeus, el Dios de los Dioses, toma la decisió...
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Mira siempre a tu alrededor, Shōyō. Siempre le dijo su madre.
No puedes confiar en nadie con tanta facilidad. Le reprochaba siempre por su alta confianza a todo el mundo que le rodeaba.
El amor debe de ser algo sano, no dejes que nadie controle tus acciones. Se confundía por esas palabras, su pequeño cerebro de 8 años no entendía del todo bien el complejo concepto del amor.
Su definición del amor era cuando su corazón latía emocionado, sus manos sudaban del nerviosismo y su estómago se revolvía en un cosquilleo.
Entonces no entendía del todo lo que quería decir su madre. Mencionó que cuando ves a la persona que te gusta te pasan esos síntomas, sin embargo, su cuerpo experimentaba ello sin razón aparente.
Nadie estuvo frente suyo, ni mucho menos se sentía de esa forma cuando estaba con su amigo Kageyama cuando tomaba sus clases.
Nunca lo entendió.
Él lo sentía, lo sentía de forma tan fuerte que un sonrojo siempre impregna sus mejillas. Nunca vió a la persona causante de esos sentimientos y cada día que pasaba lo confundía más.
—¿Será mi imaginación?— se preguntó un día, pero de inmediato desecho esa idea.
—¿Estaré enfermo en vez de sentir que me estoy enamorando de algo que no veo?— creía que esa sería la respuesta con mayor sentido.
De repente, una presencia detrás suyo hizo que se estremeciera por las emociones tan fuertes que casi hizo que se mareara.
—¿Qué es?— se cuestionó con miedo y entusiasmo —Tengo miedo de voltear.—
Pero no tuvo que voltear detrás suyo, porque esa persona se puso frente a él.
Esa mirada color chocolate hizo que Shōyō se sonrojara hasta el cuello. La sonrisa que le regaló hizo que los mismos síntomas de enamoramiento fluyeran de forma alocada por sus venas.
—¿Cómo te llamas?— le preguntó el desconocido que causaba tantas emociones en su pequeño cuerpo.
—Hinata Shōyō— fue lo único que pudo susurrar en un hilo de voz, el incontrolable estremecimiento en su cuerpo hizo que no pudiera pensar claramente.
—Soy Oikawa Tooru. Quisiera hablar contigo más tarde, Shōyō.— descaradamente le llamó por su nombre, sin embargo, eso no hizo más que hacer que su corazón saltará de emoción.
—Por supuesto, Tooru.—
No puedes confiar en nadie con tanta facilidad. El susurro de su cabeza fue perdido completamente por Shōyō cuando no pudo apartar su mirada acaramelada de los chocolate.
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