Parte 1: La Nada

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No sabe como ha llegado ahí, es difícil de comprender incluso para mi, al final las descripciones y los detalles se los lleva el viento, el fuerte e indomable viento que cubre el inhóspito desierto. El lugar parece interminable, toneladas y toneladas de arena que hay que recorrer, las almas parecen ausentes por siglos de aquellos parajes, un eterno y monocromático mar árido del infinito.  En el cielo, el Sol omnisciente se alza como el único observador y constante verdugo de los granos de arena.

No existen señales que le puedan servir de ubicación, pero a esta altura que más da, su ubicación es la nada misma. Piensa sobre las cosas que otros humanos están haciendo en este mismo instante, y surge la envidia irracional en él, cuantos son capaces de hidratarse cuando tienen sed sin siquiera darle un pensamiento, agua, gaseosa, cerveza, lo que sea, en ese minuto se lleva la mano a sus labios, el movimiento lo hace esforzándose provocando un movimiento tembloroso ya que las fuerzas escaseaban, aunque la acción de levantar su brazo pueda ser tomada como mundana o simple para un observador, le supuso un gran esfuerzo: fue largo y lento, y al llegar, con dos de  sus dedos explora sus labios, estaban secos, áridos, ásperos, se descascaraban al no experimentar la caricia de la ahora preciada agua. Al hombre le recordó las paredes de su antiguo lugar, con la pintura vieja descascarándose y que dejaba en evidencia que eran de las capas de pintura más antiguas, también se acordó de aquellos lugares secos en donde la gente solía plantar pero ahora aparecían agrietados por una temible sequía.

Las pisadas que deja en la arena duran poco, unos cuantos segundos, piensa en cuantas personas habrán pisado el mismo lugar, dejando huellas que el viento erosionó, nadie sabrá que estuvieron ahí jamás, esto despierta su imaginación, los escenarios posibles le parecían negativos: probablemente esos hombres habrán muerto, lucharon contra el desierto pero no pudieron, y se perdieron entre las dunas y las sábanas de arena, . Lucha contra las imágenes que se forman en su cabeza, no se quiere rendir aunque una voz que siente como un silbido de una serpiente en su interior, empieza a machacarlo diciéndole: "No hay salida". Fortaleza mental era lo que se pedía a si mismo y a cualquier dios que estuviera escuchando.

Las horas pasaban, y él seguía pisada tras pisada, como un camello viejo, tratando de llegar a alguna salvación. Al mirar al pasado se olvida de como llegó o lo que venía a hacer a tal lugar, era comprensible, ante el ferviente Sol y la arena que le llenaba los zapatos el equilibrio mental palidece, los recuerdos se erosionan haciendo caso al ventarrón inclemente. Mientras tanto el tiempo avanza y la brillante estrella en el cielo empezaba a palidecer ante el creciente manto de oscuridad que la luna traía consigo.

El viento empezaba a cambiar de forma, el estruendo en sus oídos empezaba a desaparecer, entre el soplido le pareció escuchar voces, rápidamente recordó (más bien tuvo la sensación) que no venía solo. Venía con una caravana, no se acuerda de quienes eran pero...no venía solo, ya era algo en que sostener la esperanza. Creyó que podía ser su cabeza trucando sus sentidos, por lo que paró su caminata, y se concentró en escuchar atentamente. Entre el caos oyó una voz lejana que ululaba con las olas del viento, era suave, suspirada y temerosa, que le decía: "Estamos aquí". No entendía, aparte de que no veía a nadie, no podía explicar el hecho de que no se tratase de un fuerte grito pegado en el cielo a la distancia, sino de un susurro afable cerca de su oído; paró de analizarlo, y lo interpretó como una señal, quizás los dioses escucharon sus lamentos y se compadecieron, era lo único que tenía para aferrarse, lo tomó con un trago de determinación y lo siguió.

Sábanas de ArenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora