Tuve un sueño...

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DISCLAIMER: Los personajes y lugares le pertenecen a Hajime Isayama.

[...]

—Debe entender que esta situación es delicada —una voz reposada tomó la palabra—. Sin embargo, considerando el buen desempeño de Faye en la escuela, sería terrible someterla a un castigo innecesario. Por el bien de su familia, no la expondremos a Marley; pero le advierto: sólo será por esta vez.

—Como usted diga, maestra —respondió un hombre de edad madura—. Hablaré con ella.

—Es lo mejor, doctor Jaeger. Después de todo, los niños pecan por inocencia...

Conforme el padre de Faye hacía el compromiso de no ofender a la patria ajena con las irreverencias infantiles de su hija; dos niños esperaban en un asiento largo y sencillo, fuera de la oficina de la directora. Las piernas de Faye se balanceaban al compás de su incertidumbre y Grisha tomó su mano con una sonrisa fraternal.

—Todo está bien, tranquila.

—Lo estoy —asintió—, pero no entiendo por qué te sacaron de clase también.

—Supongo que papá nos explicará.

El rostro de Grisha cambió, sin que su hermana lo notara: recordó el momento en el que su profesora, durante el recojo de las pruebas de Lenguaje en su salón, contemplaba de forma extraña a Faye tras tomar su examen; y si bien desconocía el contenido escrito en el papel, intuyó que algo malo sucedía al respecto.

En ese instante, el señor Jaeger abandonó la oficina y ambos se levantaron automáticamente; aunque lejos de sentir temor, la pequeña de ocho años tomó la mano de su padre con ternura y alegría.

—¿Qué pasó, papá? —preguntó Faye— ¿No vamos a regresar al salón?

—Hoy continuarán sus tareas en casa —se acomodó su gorra y no dijo más.

La sutil severidad en las palabras del doctor se esfumó al momento de cruzar la puerta principal, cuando adoptó una postura sumisa y cabizbaja ante los soldados marleyanos que custodiaban la entrada de la escuela. Faye imitó tal actitud por inercia y Grisha, sin malicia, apenas miró al más delgado de ellos. En sepulcral silencio, la familia Jaeger abandonó aquel lugar.

[...]

No faltaba mucho para el inicio del invierno. Apostado frente a la ventana de su habitación, Grisha contempló desde su escritorio la copiosa lluvia que rebotaba sobre los hogares de Liberio y le pareció que el cielo lo acompañaba en su insondable dolor, al mismo tiempo que unas lágrimas silenciosas caían por sus mejillas: habían transcurrido dos meses desde la muerte de Faye.

El joven Jaeger dejó caer su frente contra la mesa y se flageló varias veces contra ella, en un intento de no sucumbir a un vano grito desesperado que alertara a sus padres y la policía marleyana. Con los puños contraídos, se preguntaba si era capaz de sobreponerse a todo el peso que lo carcomía; aun sabiendo que no era totalmente culpable de la aversión de Marley hacia los eldianos... porque estaba seguro de ello. El espíritu de su hermana clamaba justicia por su injusto asesinato.

¿Qué haría para reparar semejante daño? ¿Podía su mente infantil albergar la venganza propia de un alma destruida por el odio? ¿Qué clase de pecado los hacía merecedores de tanta desgracia?

—Grisha —la puerta de su cuarto fue repentinamente abierta por su madre y el muchacho agachó la mirada, fingiendo recoger algo debajo de su escritorio—, te traje algo de comer.

—Gracias, mamá —limpió su cara con disimulo, preso de un nudo en la garganta.

—Me avisas si deseas más guiso, ¿de acuerdo? —una sonrisa triste decoró la faz de la mujer— Hay suficiente para ti y Faye, pero ella no ha salido de su cuarto. Debe estar dibujando una de esas flores que tanto le gustan...

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