Analizó lo largo de la barra, buscando un lugar vacío, uno un tanto aislado del bullicio y la proximidad del tipo de personas impertinentes. Nuevamente rechazó la idea de sentarse en una de las mesas. En cuanto atravesó la puerta de madera y cristal del bar, automáticamente buscó al chico alto de cabello oscuro y grandes ojos negros; Su amplia sonrisa y mirada alegre lo llamaban por instinto.
Para no perder la costumbre y no dejar de saborear aquel whisky, las tres primeras copas fueron Four Roses. Era un sabor que le gustaba y no quería dejar a un lado.
Al comienzo siempre le costaba un poco de trabajo entablar plática con el chico barman. Pero luego de la segunda o tercer bebida, la plática se volvía fluída y amena. Incluso se permitían un poco de ligero coqueteo. Él no acostumbraba visitar con regularidad ese bar del hotel, pero sus visitas se habían vuelto constantes las últimas semanas. No estaba seguro qué esperar con aquellas disimuladas reuniones, entre palabras, tabaco y whisky.
— No debiste dejar de estudiar. - mencionó soltando el humo de sus pulmones. — Puedes conseguir un trabajo mucho mejor que esto. Digo, este no está mal, simplemente hay mejores trabajos.
— Por supuesto que lo sé, pero por ahora estoy bien así. - explicaba con calma y seguridad. — Tengo todo el día libre y los fines de semana también. A menos que tenga que cubrir algun turno. Asi que no puedo quejarme.
Uno de los clientes al otro lado de la barra, hizo una seña al pelinegro. Este sonrió y se disculpó un momento para ir a atenderlo. El hombre no era tan joven, rondaba los cuarenta años fácilmente y no era mal parecido. Durante la noche, se mantuvo llamando al chico barman para que lo atendiera cuando esa parte de la barra no le correspondía. Y eso, al castaño estaba crispándole los nervios.
— El tipo me está cansando.
El pelinegro rio bajo ante el comentario dándole una mirada rápida y pícara. — No me sorprende que se comporte así, no es la primera vez que sucede esto.
— ¿En serio? - intentó averiguar. El otro solo asintió sirviendole una nueva copa de Ichiro's. — ¿Tomarías una copa conmigo?
El pelinegro observó al castaño con curiosidad. ¿A qué venían esas visitas al bar solo para estar y platicar con él? ¿Porqué coqueteaba con él cuando otras personas se acercaban a este intentando llamar su atención y las ignoraba o rechazaba en su totalidad?
— Me encantaría pero no puedo, - explicaba señalando el reloj en la parte superior de la pared detrás de él — sigo en horario de trabajo. Lo siento. - de verdad quería aceptar aquel trago y seguir conversando con el chico — Además, - continuó lastímero — no podemos aceptar absolutamente nada de ningún cliente, son reglas. - dijo lo último con un ademán de hombros restando importancia.
"Las reglas son para romperse", pensó el castaño y rio culpable por su facilidad de querer quebrantar las normas que consideraba una estupidez la mayoría de las veces. Sobre todo cuando éstas tenían que ver con él mismo.
El hombre al otro lado de la barra volvió a llamar al chico barman. "Imbécil". El hombre sonreía, hablaba y reía descaradamente coqueteando sin ningún pudor. Sin importarle ocasionar algún problema al pelinegro.
"A ti tampoco te importaría que por tí, el chico fuera despedido. Solo quieres tenerlo entre tus piernas." Observó desde su asiento en la barra, cómo el hombre mayor tomaba la mano del chico y la acariciaba sugerente, diciéndole quien sabe que cosas. Seguramente unas asquerosas. Notó como el pelinegro deslizaba con calma su mano del agarre del otro y sonriendo negaba tranquilamente. Sí, definitivamente se trataba de cosas asquerosas.
Sacó su celular del bolsillo, buscó la página oficial del hotel e hizo una reservación rápidamente. Hoy no dormiría en casa. Luego hizo una seña llamando a uno de los meseros que se encontraban atendiendo las mesas del bar. Pidió la cuenta de lo que había estado bebiendo y además ordenó una botella de Ichiro's helada a su habitación en cuanto la aplicación le hizo la confirmación.
Rectificó la hora en el reloj de la pared, comprobando que dentro de poco el bar cerraba y la jornada de trabajo terminaría. Caminó hacia el lado contrario de la barra, elegante y sofisticado. Fue hacia los dos hombres, pero su atención estaba completamente en el pelinegro.
— Es el número de la habitación. - dijo con voz rasposa entregándole un papelito blanco doblado en cuatro partes. — Te estaré esperando. - indicó a este, que lo miraba con asombro y desconcierto a la vez. — No tardes. - le hizo un guiño con complicidad.
Volvi. No sé por cuánto tiempo, pero volví...