Capítulo 1

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[IMBOSCATA]

1 de diciembre del 2005.

Ruta Etna-Taormina. Sicilia, Italia.

Las Hummer que iban frente a nosotros tomaron la Strada Provinciale 92 y seguido de eso la nuestra y las que venían tras nosotros repitieron la acción. Estábamos volviendo a casa luego de haber visitado el monte cuya mítica historia me hacía imposible dejar de visitarlo cada vez que venía a Sicilia.

Para nadie era un secreto que me gustaba estar en Estados Unidos porque sentía que me acercaba a papá y eso me hacía muy feliz. Sin embargo, adoraba con locura venir a Italia, sólo para tener el placer de sentirme más cerca de mi país y de mi gente.

Apoyé la cabeza en el hombro de mi abuela, reparando embelesada el paisaje que me brindaba el paseo. Sin importar cuantas veces lo admirara, siempre que pasaba me dedicaba a observar a través de la ventana blindada, los montes completamente cubiertos de verde y los pinos regados que se alzaban imponentes y hermosos entre las casas crema con tejas color ladrillo. Paisaje urbano que a fin de cuentas se veía eclipsado por la imponente naturaleza del Monte Etna, majestuoso e imperturbable como siempre.

La mia piccola regina —Me llamó mi abuelo por uno de los tantos apodos que solía ponerme y dejó un beso en el dorso de mi mano.

«Mi pequeña reina».

—Dime, nonnino —contesté en italiano y la sonrisa que esbozó me hizo sonreír también.

Sabía que le encantaba cuando mi hermano mayor y yo hablamos en italiano y por eso durante nuestras pequeñas vacaciones nos habíamos propuesto evitar —A toda costa— hablar nuestra segunda lengua madre.

Su canción favorita sonaba suavemente en nuestra cabina. Salvatore, mi hermano, estaba dormido con la cabeza sobre las piernas de madre, y mi abuela, quién hasta hace algunos minutos leía un magazín de Vogue, ahora se encontraba concentrada discutiendo acaloradamente con una asesora de Gucci.

Voglio dirti una cosa, Emilia —«Quiero contarte algo, Emilia», dijo—. Cuando era pequeño me gustaba ir a la escuela y jugar con mis amigos. Todos me conocían gracias a mi apellido. Mientras estaba en la secundaria vi una chica muy hermosa y tiempo después de conocerla decidí que era tiempo de dar el paso, pero cometí el error de decirle a mis amigos que le pediría que fuera mi novia. Al día siguiente cuando llegué a la escuela, el que decía ser mi mejor amigo estaba besando a la chica que yo amaba. —Sus facciones se endurecieron visiblemente—. Llegué a casa muy enojado y destrocé mi habitación en medio de un ataque de ira. Cuando padre me vio así me abofeteó y preguntó qué me pasaba; le conté todo y después de reírse como un desquiciado me dijo: "Hijo, sé amigo de todos, pero jamás confíes en nadie. Ante todo, analiza la situación con cabeza fría, sé calculador y ataca con fuerza, sin temblar, sin acojonarte, no dejes ver tu debilidad", me dio un beso en la mejilla y se fue. Y ese mismo consejo te lo transfiero a ti, figlia mia —Acarició mi mejilla con delicadeza—, tú eres una Torreglocci, naciste para ser la reina de toda Italia si lo quieres; nunca lo olvides.

Te amo, nonnino. —Besé su frente y lo abracé.

Y yo te adoro, figlia mia. —Me acunó en su pecho y dejó un beso en la coronilla de mi cabeza.

Massimiliano Torreglocci era la única figura paterna que tuve. Un hombre rebosante de sabiduría y clase al cual sus excelentes habilidades en los negocios lo habían llevado a la cima, dejando que su castaña cabellera —ahora con unos cuantos rayos blancos— y sus hipnotizantes ojos verde esmeralda fueran los protagonistas de millones de revistas empresariales a nivel mundial, llenando su vida de lujos y comodidades, convirtiéndolo en uno de los hombres más adinerados, importantes y poderosos de Europa.

De repente se escuchó una algarabía y las llantas de la camioneta en la que nos transportábamos chirriaron cuando el conductor frenó en seco.

Che minchia ti succede, stronzo?! —Le gritó mi abuelo al conductor, mientras bajaba la división de vidrio que nos separaba de la otra cabina.

«¡¿Qué coño te pasa, idiota?!».

Las balas zumbaban de aquí para allá, mi abuela estaba petrificada, mi hermano parecía a punto de vomitar y a mi madre el tono tostado que había adquirido su piel en los últimos días la había abandonado. Un proyectil impactó cerca de mi ventana ocasionando que empezara a rezarle hasta a los dioses que no conocía.

Mio signore, dobbiamo fare marcia indietro.

«Señor, debemos retroceder».

El conductor dio una vuelta de manera brusca pisando el acelerador a fondo y volvió a frenar abruptamente haciendo que mi cabeza rebotara contra la cabecera del asiento, cuando una de las camionetas que nos escoltaba se estremeció por el impacto de una bazuca que la atravesó y la mandó envuelta en llamas al otro lado de la carretera.

Todos los vellos se me pusieron de punta gracias al frío casi asesino que me recorrió la espalda de arriba abajo y a pesar de estar tan angustiada pude identificar un cántico que se hacía más y más fuerte, como el de un grupo de personas acercándose y cantando juntos: «Muerte a los Torreglocci y a toda su descendencia».

¡Me tienen las bolas azules, fott...!

Mi hermano levantó la mano pidiéndole en silencio a nuestro abuelo que aguardara y a continuación todo fue en cámara lenta: un silencio sepulcral, luego mucho ruido y los gritos de mi madre cuando un hombre abrió nuestra puerta y nos tomó del cabello a mi abuela y a mí.

En medio del llanto empecé a forcejear intentando alcanzar a mi hermano y fue ahí, justo en ese instante, cuando me di cuenta de lo mucho que le temía a la muerte.

Un crujido me hizo rechinar los dientes, el sabor metálico de la sangre inundó mi boca lentamente y todo empezó a ser un borrón frente a mis ojos. La palabra «emboscada» fue lo último que escuché antes de que todo quedara sumido en una fría y densa oscuridad.


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Secretos | Sangre y Venganza©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora