Capítulo 2

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[L'UOMO DAGLI OCCHI VERDI]

El asfixiante olor a humedad mezclado con algo desagradable se coló por mis fosas nasales, despertándome. Todo estaba oscuro, tenía tanto frío que mis extremidades se sentían entumecidas, la cabeza me dolía demasiado y los chillidos que emitían las ratas cada que pisaban un charco me tenían al borde de un infarto.

Pensar en resolver todas y cada una de las preguntas que tenía era algo imposible, porque cada que lo intentaba terminaba con un dolor de cabeza de los mil demonios, ya que no había nada. Sólo un espacio en blanco. Vacío.

Una punzada en la parte trasera de mi cabeza me hizo apretar los dientes, alcé la mano para tocar el lugar, sin embargo, el sonido tintineante de metal chocando me desencajó y cuando volví a intentarlo advertí la gruesa cadena que me mantenía las manos inmóviles.

Una puerta chocó con la pared en la que estaba, la luz artificial me cegó y al instante el lugar se llenó de voces —voces de varones—, pero no pude identificar cuántas personas estaban entrando. Sólo sabía que tenía que pedir ayuda para soltarme y salir de ese asqueroso cuartucho de mierda.

—Ayu-ayuda, por favor —hablé lento, desconociendo por completo mi voz.

Un grupo de hombres se me acercó riendo. Seguramente compartiendo una broma que sólo ellos entendían.

—Ayúdenme, por favor.

—Estás como una puta cab... —Se calló de golpe, observándome como si pudiera ver algo que yo no y empezó a reírse luego de susurrarle algo a su compañero.

El bloque que habían armado a mi alrededor se rompió dando paso a un hombre trajeado que inundó el lugar con su aroma fresco, disipando gradualmente el olor de las heces y la humedad.

—Buongiorno, belladonna —Su mano se envolvió en mi cabello, levantándome del suelo.

«Buen día, belladonna».

—¡NO! ¡NO, POR FAVOR! ¡NO! —Una bofetada me hizo escocer la mejilla.

La misma mano volvió a impactar mi rostro. Esta vez en mi mejilla derecha y el chillido que solté me hizo arder la garganta.

—¡SUÉLTENLA, HIJOS DE PERRA! —gritó un hombre, forcejeando.

—¡Cállate si no quieres que le rellene el pescuezo de balas! —amenazó otro furioso a mis espaldas.

—¡Suelten a Emilia, por favor! —rogaron.

Quién me sujetaba me soltó bruscamente haciendo que todos mis huesos crujieran. Traté de huir apoyando mis codos en el suelo, la piel fue abriéndose con cada arrastrada y cuando mis fuerzas se agotaron, los golpes no tardaron en llegar. Adolorida y mientras luchaba por mantenerme despierta, se escuchaba un silbido. Uno muy suave y aterrador.

—¡EMILIA!

Lo primero que vi cuándo abrí los ojos fue a mi hermano sujetándome y apartando el cabello de mi frente desesperado. Una fina capa de sudor cubría mi cuerpo, los latidos de mi corazón retumbaban en mis oídos y mis mejillas estaban completamente bañadas en lágrimas.

—¿Qué pasa? —preguntó y sólo me acurruque en su pecho, buscando la seguridad que siempre me brindaba—. Te escuché gritar.

—Pesadillas, Zac. —murmuré con la voz entrecortada gracias a los espasmos.

Secretos | Sangre y Venganza©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora