Cuando el Señor K pisó Chinatown, aún se encontraba mareado. Llevaba consigo la bolsa de pasteles, tal cual había sido la indicación. Su vecino, el señor Barker fue quien le mencionó el lugar. Barker era un sujeto extravagante, al que su esposa había dejado por su adicción a las baratijas. Era ahí, en Chinatown, donde Barker conseguía sus rarezas.
K se encontraba perdido, y tras la desaparición del señor Barker, se le ocurrió que su respuesta podía encontrarse ahí, en aquella misteriosa tienda ubicada en el más recóndito rincón de ese laberinto de ideogramas, lámparas carmesí y olor a pescado. El cartel decía: "Todos tenemos un deseo oculto..."; el anuncio parecía invitación.
Tocó el timbre y desde adentro se hizo sentir el sonido de un gong. Le abrió un muchacho de ojos rasgados y larga cabellera. El rostro blanco, los labios tan rojos que parecían coloreados, y los rasgos tan finos que, de no ser por el pecho plano, le habría confundido con una fémina. Estaba ricamente ataviado con un traje tradicional chino, de seda negra con bordados de aves de distintas pigmentaciones.
─Me cuesta aún adaptarme a estas costumbres occidentales ─dijo estirando la mano con una alargada sonrisa─. De donde vengo sólo hacemos una venia. Pase usted; seguro que aquí encontrará lo que busca. ¡Ah!... Por cierto, mi nombre es Yin Shiao Long; a su servicio.
El lugar era abrumadoramente deslumbrante. Las paredes no dejaban un ápice de espacio blanco; estaban plagadas de pinturas y adornos de exóticos festines imperiales o imágenes de aguerridos combatientes con pelo azabache y frente color arroz. Los dorados dragones brillaban sobre cortinas escarlata. En el centro de la habitación, abriéndose paso entre columnas decoradas con tigres y serpientes, se hallaba una pequeña mesa de patas muy cortas. Sobre ella, una tetera con dos tazas de porcelana. Yin se sentó sobre la alfombra, de piernas cruzadas frente al mueble, y procedió a servir el contenido de la tetera sobre los delicados menajes.
─Le estaba esperando señor K, por favor tome asiento ─dijo.
─¿Cómo ha sabido mi nombre...? ─cuestionó K.
─El señor Barker me ha hablado mucho de usted ─mientras decía esto, Yin volvió a dibujar su enigmática sonrisa. K sintió que se le escarapelaba el cuerpo, y terminó de acomodarse frente a la mesa, intentando huir a la perturbadora mueca de su anfitrión.
─Barker... hace días que no lo veo ─dijo.
─Compró un cubo sagrado, una reliquia que llegó desde India. Quedó enamorado, y como era de esperarse, emprendió su destino. Ya sabe cómo era ese hombre... un sujeto, "peculiar", por así decirlo... Vivía en un eterno viaje de placer... y vaya si le conocí –soltó una risilla─. Voy a echarle de menos, sin embargo... Era uno de mis mejores clientes.
─Veo que lo conocía usted de cerca.
─Mejor que usted, ya lo creo... ─contestó el chino burlonamente─. Pero no se preocupe, sé que le tenía mucha estima.
En realidad, Barker y él no habían interactuado tanto... Sobre todo, se habían observado de lejos, lo suficiente como para saber que ambos eran tipos extraños. No veía por qué habría de apreciarle, salvo, quizás, por alguna especie de complicidad entre mentes siniestras. De cualquier modo, este chino le producía una sensación incómoda... una mezcla entre intriga y tensión intimidante... como si le estuviesen tocando los pensamientos. Tuvo el impulso de ponerse en pie y marcharse, pero Yin le retuvo el brazo. Se paró mucho antes que él y lo arrastró hacia la habitación contigua.
***
En la vitrina se hallaba un horripilante bicho de cuerpo verdoso. Tenía el tórax alargado y seis patas delgadas que terminaban en pequeñas tenazas puntiagudas; cada una de ellas poseía pequeñísimos dientes. Sus diminutos y redondos ojos resplandecían en la sombra, y cuando lo miraba fijamente, emitía un delicioso canto discordante con un espécimen como él. Era un sonido que jamás había escuchado en otro animal. De no ser por la ausencia de palabra, podría decirse que se trataba de una voz casi humana. Era, pues, una bestia preciosa.
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El extraño caso del señor K
HorrorK llega a Chinatown en busca de la tienda del chino Yin, un misterioso mercader de extravagantes reliquias. El cartel de la entrada dice "Todos tenemos un deseo oculto"; K lo interpreta como una invitación. *El dibujo de la portada es obra del diseñ...