Capítulo 2

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Todas las tardes, cuando llegaba de su aburrido trabajo, el señor K revisaba atentamente los periódicos, por si hubiese alguna noticia que pudiera preocuparle. Un mediocre y solitario como él era blanco perfecto de acusaciones. Sus amoríos con Selena tampoco eran discretos. Él sabía que Barker lo sabía, y también sabía que todos sabían que Selena tenía dinero, o, mejor dicho, que su marido el señor Luczak tenía dinero. Era un ricachón que viajaba bastante; un anciano como de setenta. Tenía tres esposas en distintos países y una más en su tierra natal. Ahora el cuerpo yacía bajo su piso.

Al poco tiempo, la policía dio el caso por archivado. No había información. No había nada, y K no podía creer que las cosas le fueran tan bien. Pronto empezó a hacerse a la idea de que estaría a salvo. Lo que sí lamentaba, era la muerte de Selena. Dentro de su extraña forma de sentir, K la había amado. Ella le despertaba una pasión que había sentido antes jamás, y que estaba dispuesto a defender a toda costa. Fue así que planearon el crimen. Sin embargo, ella se había ido también. Selena todavía sentía culpa, y se había tragado el frasco entero de pastillas después de enviarle la carta. Mientras él la leía, ella ya no estaba. No había asistido al velorio ni averiguado detalles por miedo a despertar sospechas, pero su desesperación había sido inmensa.

Fue ese dolor el que lo condujo por primera vez hacia Chinatown.

***

Sirene chupaba su sangre. Las delgadas lenguas entre los dientes de sus tenazas saboreaban cada gota. Él aceptaba siempre adormecido. Bajaba y bebía las babas blancas del animal-humano. Ella lo sujetaba entre sus piernas de carne para aminorar su dolor... o para mantenerle ocupado mientras ella se encargaba de su propia supervivencia.

Pronto él empezó a olvidar el paso del tiempo. Durante el día, su debilidad era extrema, de modo que no conseguía levantarse de la cama. Permanecía encerrado. A menudo olvidaba asearse o comer. Él era del tipo de hombre que se lavaba las manos cada vez que tocaba cualquier objeto, unas diez si se trataba de dinero, y unas veinte o veinticinco después de defecar; pero cuando Sirene llegó, empezó a olvidarse de eso y de todas las cosas.

El día en que llegó la carta de despido, coincidió con el día en que aparecieron las erupciones. Lo notó al quitarse la camisa y encontrarla empapada de sangre. Se miró la espalda en el espejo y, doblando el cuello, alcanzó a ver más que lo suficiente. Fue entonces también que percibió el hedor, y sintió asco de sí mismo. Era un cuerpo vivo pudriéndose.

El destino de todo cuerpo era entrar en descomposición, pero él no podía aceptarlo. Se metió en la ducha y aguantó el ardor de las llagas abiertas. Debía ser un hombre fuerte en el fondo... El señor Luczak había muerto a la tercera puñalada; mientras tanto, él resistía hemorragias con capacidad sobrehumana.

***

─Otra vez para el té, Señor K. Qué oportuno.

Había regresado. Atrapó al chino contra la pared, tirando la mesa con los utensilios. Estos se hicieron pedazos. El puño de K habría destrozado la cara de Yin Shiao Long, de no ser porque éste le metió un puntapié bajo que le hizo caer de rodillas. Cuando alzó el rostro soltando maldiciones, notó el sable curvo apuntándole hacia el cuello. Ese chino no se andaba con pequeñeces.

─Ha destrozado mi porcelana, Señor K. Es usted muy malagradecido. Más vale que se quede quieto o creo que la pasará bastante mal.

De cualquier modo, K no podía moverse. El chino había pateado de lleno en su virilidad, y los únicos pensamientos que abordaban su mente eran de profundo dolor. Yin le esposó de pies y manos y se puso a limpiar la habitación. Mientras seguía los movimientos de su captor alrededor del cuarto, K sintió que se desvanecía.

Cuando despertó, el olor a incienso persistía en el ambiente. Seguía esposado y no traía camisa. Escuchó la voz de Yin en la habitación de al lado: "Sí, madam, no se preocupe, dentro de una semana. En una semana serán seis meses. No, ahora no puedo hablar... Tengo un visitante. Un tipo encantador; me da en el punto preciso... Claro, en el paladar. Que no... que no se preocupe. Lo tengo todo resuelto. ¡Hasta luego!".

Ingresó con el rostro sereno.

─Por fin despierta, Señor K. Qué alegría.

─¡Qué me ha hecho!

─Nada que no le guste... con respecto a su espalda, quiero decir. La he examinado un poco y la he curado.

─No esperará que le crea...

─Encontré el pastelillo que traía en la chaqueta y comprendí que debía perdonarle por los destrozos. Soy un sujeto sensible, después de todo.

K se tocó la espalda. Ni rastro de sangre, ni la más leve cicatriz. Ya sabía que estaba loco, pero todo esto era demasiado. Aun así, decidió centrarse en aquello que le había llevado nuevamente hacia el establecimiento.

─Se trata de Sirene... ─pronunció a media voz.

─Es una bella mascota.

─Creo que la amo.

─Ya lo creo, señor K.

─Dígame qué debo hacer para conservarla.

─Ella no puede dejarle.

─Sabe a lo que me refiero.

─Ah... Sí que sí...

Le retiró las esposas y le sujetó las manos.

─Pórtese bien, Señor K...

Cuando le soltó, le había dejado un pequeño frasco.

─Ya no tendrá que preocuparse ─dijo Yin.

─¿De nada...?

─Ni de sentir hambre... ni de la sed... ni de esas asquerosas erupciones. ¿Hermoso, no es así...? Es un ungüento escaso. Fróteselo por el cuerpo. Ha tenido suerte de que llegase un frasco esta mañana.

Yin lo acompañó hasta la puerta. Al despedirse le guiñó el ojo.

─Que lo disfrute, Señor K.

El extraño caso del señor KDonde viven las historias. Descúbrelo ahora