Condena.

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El sonido de los ronroneos lo arrullaba, esa cálida sensación que cubría su pecho comenzaba a aparecer, extendiéndose por todo su cuerpo como un reconfortante baño de agua caliente después de haber pasado frío. El maullido que escuchó después, ocasionó que Evander abriera los ojos, siendo recibido por unos ojos gatunos grises y finos; el gato, que estaba sobre su pecho, bajó repentinamente de él para salir corriendo.

El chico se incorporó con cuidado del suelo donde había estado tendido, para comenzar a correr detrás del gato. No estaba muy seguro de la razón del por qué había decidido perseguir al gato, quizás era porque nunca había visto a un felino de color morado como lo era aquel; nadie juzgaba a Alicia por haber perseguido a un conejo blanco.
El animal se detuvo en un lugar, moviendo su cola con elegancia, observando una vez más a Evander, quien, al detenerse, miró a su alrededor con confusión, pues no reconocía el lugar donde estaba, pero ciertamente era un lugar enorme y hermoso.

Estaba en una especie de piso de un edificio, había ventanas enormes que lo corroboraban, los pasillos eran de color blanco, enormes y altos, como los de las iglesias antiguas, algunas paredes tenían acuarios dentro  en vez de estar hechas de concreto o yeso, y el chico se dio cuenta de que el techo era de cristal, dejando ver sobre él la luna llena que se alzaba en el cielo.
Evander estaba completamente sorprendido de la sensación que le hacía sentir el lugar; pues, se sentía seguro ahí, cálido y sano.

Al caminar sentía como si sus pies no tocaran el suelo y sólo flotaran, no sentía dolor, ni preocupación, estar en ese lugar lo hacía sentir reparado, pero la sensación del frío en su cuello y algo apretando cada vez más su brazo lo hizo comenzar a perder esas sensaciones, el alivio y la paz se rompieron. Evander abrió los ojos, verdaderamente abrió los ojos, despertando de ese extraño y cálido sueño para estar una vez más en su mundo, en el mundo real.

Pudo ver el techo blanco, la luz cegadora de su cama, el portasueros a su lado al cual estaba conectado y el reloj en la pared, el cual marcaba pasadas las seis de la mañana.

– Lo siento si te desperté – habló una enfermera, terminando de tomar su presión y su temperatura, haciendo el chequeo habitual.

– Descuide – Evander cerró una vez más los ojos, mientras pensaba en el sueño y en ese inusual gato morado, de hecho, ahora que lo pensaba tenía parecido al gato sonriente.

– ¿No te duele? – preguntó la enfermera haciendo que el chico abriera los ojos y viera la venda que cubría su torso, negando con su cabeza –. Déjame sacarte una radiografía, veamos el avance de esa costilla.

La enfermera le mostró una pequeña sonrisa y salió de la habitación. Había pasado un poco más de un mes desde que Evander había tenido hipo, y podría ser que el hipo no fuera nada, pero a él, los movimientos bruscos del hipo le habían roto una costilla, al menos a eso estaba acostumbrado, ya varias veces se le habían roto algunas costillas por haber estornudado muy fuerte.

– Déjame poner esto abajo tuyo – dijo ahora un enfermero, sosteniendo una placa que tenía la forma de un cuadrado grande, Evander se incorporó con cuidado y se recostó sobre la placa, mientras un enorme aparato blanco encima de él comenzaba a tomar radiografías.

Después de unos momentos, el enfermero se fue, y Evander se quedó solo. Él odiaba quedarse solo, ya que eso significaba pensar, y cuando él pensaba, sólo era en una cosa: estar roto.

"Huesos de cristal", así era llamada su enfermedad por la mayoría, y vaya que sí se sentía hecho de cristal, su vida normal había sido arrebatada desde que nació y por eso estaba solo: nadie quería lidiar con una persona tan frágil como él.
La osteogénesis imperfecta tipo tres era su peor enemigo, ese que deformaba poco a poco su cuerpo y lo dañaba, ese enemigo que lo inmovilizaba e incapacitaba a lo largo de sus ya 18 años.

BrokenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora