× Hace 11 años ×
– ¿De nuevo estás leyendo ese libro feo? – preguntó una mujer mayor.
– No es un libro feo, abuela – le respondió Evander a una mujer de algunas canas ya, aunque las arrugas que comenzaban a aparecer en el rostro de la mujer no le quitaban su belleza y encanto.
– Claro que sí, sus dibujos son escalofriantes – ella visualizó la portada del libro que él, en ese entonces, con siete años, leía.
El libro en las manos del niño era la historia de Coraline. Sí, esa historia de la niña que entraba por una puerta de madera enorme con un pasadizo oscuro y encontraba a la bruja, ese libro que, la primera vez que el infante lo había leído, le causó pesadillas por unos días, ese libro que ahora era uno de sus libros favoritos.
– Los cuentos de hadas superan la realidad – leyó Evander, con una sonrisa, la primera página del libro –, no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos.
– ¿Qué tal si mejor me lees mi parte favorita de este libro? – preguntó la mujer de dulces ojos mientras sostenía el libro de Alicia en el país de las maravillas.
El niño asintió, tomándolo, y comenzó a buscar la página. Ambos libros eran sus favoritos, ambos hablaban de mundos mágicos y macabros en esencia, y lo más importante: en ambos había un gato misterioso e increíble; Evander amaba los gatos.
Su abuela sonrió, acariciando el cabello negro del pequeño con suavidad, admirándolo como si Evander fuera el niño más lindo del hospital, del país y del mundo.
Esa mujer veía mucho más allá de la apariencia física y desgastada del niño, ella veía la valentía y la esperanza en aquellos inocentes ojos infantiles, donde los demás sólo veían el tono azulado inusual en lugares que debían ser blancos. Ella veía la fuerza y la determinación en ese pequeño cuerpo, donde los demás solo veían deformaciones y anomalías. Ella veía en Evander al alma que era: alguien feliz e imparable. Ella veía a su pequeño niño, a ese pequeño niño tan fuerte y poderoso, a ese niño con un alma tan grande e inconmensurable con un ritmo tan vivaz que su cuerpo y sus huesos no eran capaces de seguir.
Evander comenzó a leer en voz alta para su abuela las páginas del libro. El infante le tenía cariño a la mujer que le había enseñado a peinarse y leer, pues solamente ella lo había acompañado incluso cuando sus padres biológicos no lo habían hecho.
El niño llevaba ya una semana en ese hospital, recuperándose aún de la operación del hueso de su codo y de su pierna, enyesada. Evander leía en la sala de juegos, donde había una televisión y juguetes, ahí era donde los niños de las demás habitaciones que también estaban internados iban a jugar y pasar el rato.
El infante vió, entonces, a un fantasma entrar a la sala, o al menos eso pensó por unos momentos al ver entrar a un niño de baja estatura a la habitación, tomando la mano de un doctor. Ese niño resultó extraño para Evander: su cabello y todo su aspecto eran blancos, sosteniendo un portasueros con su mano libre y mirando al suelo como si fuera una Coraline que acababa de perder a sus padres.
El niño se sentó, con dos relojes de bolsillo en sus manos, y Evander alzó su mano, tomando la atención del otro, haciéndole una seña de que se le acercara.
– ¡Hey! – le habló el chico ojiazul –. Ven.
El albino se levantó y a paso lento, con toda la debilidad del mundo sobre él, se acercó al pelinegro, y ahí estaban ambos, uno enfrente del otro, de colores contrarios. Para Evander, el otro niño era igual a un fantasma, blanco y melancólico y con ojos de fénix. Claro que él no sabía cómo eran los fénix, pero estas, al ser aves prácticamente inmortales, de seguro tenían ojos similares a los de ese niño: viejos y distantes, sabios, incluso; le recordaban a los ojos de su abuela, pero sin la dulzura y la amabilidad.
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Broken
Short Story"¿Estoy roto?, ¿soy defectuoso?, ¿me merezco una pizca de valor?, o ¿soy otra causa perdida falsa y jodida?, y ¿soy humano?, o ¿soy algo más? Porque estoy tan asustado, y no hay nadie ahí para salvarme de la pesadilla que soy yo mismo". Él ha vi...