Why me?

Deuxième partie

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Los meses se iban como gotas de agua, el tiempo sin pena alguna continuaba avanzando, y tú mística aura me seguía inquietando.

Empecé a comprenderte; de alguna manera logré ver a través de tu espesa cortina de humo a la que con cariño llamabas "timidez".

Las ideas que en un inicio tenía acerca tuyo eran completamente erróneas. No veía más en ti un ser ajeno, sino un reflejo. Alguien que por el tiempo ha sido herido, alguien que buscaba una mano amiga entre mil y una agujas, alguien solitario, asustado... olvidado.

Lentamente, nuestra relación fue mejorando, haciéndose cada vez más estrecha. Un día desperté sabiendo que había encontrado un amigo en ti.

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—¡Anon! ¿Podrías ayudarme con historia? —una cálida sonrisa se dibujó en tu faz.

—Claro, ¿qué se te dificulta?

—Lo de siempre, nombres y fechas —dijiste aquello entre risas forzadas, tu pena se hacía notar.

—¿Tan difícil es recordar nombres? —mencioné aquello con el afán de molestarte.

—¡Ya~! —una risilla salió de ti, al unísono me dabas un ligero golpe en el hombro— Solo ayúdame y ya.

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Casi un año había pasado desde aquel ahora lejano jueves, tu español, aunque no del todo bueno, ya era fluido. Me ocupé de enseñarte mi idioma, mi cultura, mis tradiciones. Hice todo lo posible por hacer de mi patria un segundo hogar para ti.

Siempre estábamos juntos, una relación inquebrantable era la nuestra. Éramos tan apegados que con frecuencia nos gritaban "maricones". Tu solías ignorar los insultos, pero yo siempre buscaba confrontar a aquellos que herían nuestro orgullo.

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—¿Quieres ir a biblioteca para estudiar? —me preguntaste con un bello resplandor en tus ojos.

—Biblioteca, okay. ¿A la hora del almuerzo está bien?

—Preferiría saltarme clases... —tu rostro se ruborizó completamente al pronunciar dichas palabras. En ti era raro el querer saltarte clases, sabía que algo no estaba bien.

—¡Seguro! Terminando esta clase vamos —dije esto para seguir tu juego. No sabía de qué índole era tu calaña, pero aún así no me importaba.

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La clase terminó, y apresurados tomamos nuestras cosas. Antes de que el siguiente profesor llegase teníamos que abandonar el aula.

Rápidamente arribamos a la biblioteca. Pasamos a registrarnos en la libreta, para así dejar constancia de nuestra estadía.

Caminamos lenta y silenciosamente por los pasillos hasta llegar a los estantes de historia nacional. Tomaste un par de libros de manera aleatoria; era claro que tu intención no era estudiar.

Con el mismo andar buscamos un sitio donde poder sentarnos. Decidiste ir a lo más profundo y recóndito del lugar, únicamente para tomar asiento.

Yo empezaba a sentirme raro, con una angustia en mi interior que no podría explicar con palabras.

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