–¿Acaso te has vuelto loco, muchacho?¿Cómo osas pedirme tal majadería?
–Quiero ponerme a prueba, señor.
El general se rascó la cabeza y visualizó con asombro la determinación en los ojos azules del capitán. Sus pupilas estaban ardiendo, de sus labios partía pura socarronería.
–¿Sabes a quién vas a enfrentarte?
–A un demonio.
El mandamás sonrió ante la declaración del oficial. Su desfachatez, su confianza, su elocuente carisma... Le estaba cayendo bastante bien. Torció el rostro y frunció los labios. Decidió concederle su deseo suicida. Mandó a llamar a todos sus hombres para que fuesen partícipes del combate. Sería un gran espectáculo ver cómo se machacaba el optimismo del capitán.
–Oye, ¿quién es ese? –preguntaba un soldado con curiosidad.
–No lo sé. Es la primera vez que lo veo.
–¿Se ha vuelto loco?
Loco. Esa era la palabra. Todo el mundo lo consideraba un loco, un lunático, un demente, un enajenado mental. Probablemente pensasen que se le había consumido la sesera, anulando así su capacidad de raciocinio. No había otra explicación posible. Pero estaba cuerdo, demasiado cuerdo. Por eso hacía lo que hacía.
–Las reglas son simples. –entonó el cincuentón. –El primero en caer al suelo pierde.
–Me parece bien. –puntualizó el castaño, cruzando los brazos por detrás del lateral de su cabeza.
–No te doy ni diez segundos. –aseguró el mayor con recelo. –Adelante, Raiden. Destrózalo.
El teniente se colocó a su frente, a una distancia un tanto corta. Su gran estatura intimidaba a todos los presentes, pero Kai no tenía miedo, ni siquiera por el hecho de que le sacase dos cabezas, tampoco por la diferencia y ventaja de fuerza que sabía de sobra que presentaba. No tenía miedo. Había llegado hasta ahí para saborear ese momento. Le era imposible tener miedo. Además, ¿cómo iba a tener miedo de alguien que poseía los ojos de un muerto?
El general dio la señal. Comenzó la batalla. El capitán tomó una postura defensiva, sabía que Raiden atacaría primero, sin embargo, no predijo la velocidad ni la fuerza con la que lo hizo. Sintió un puño estamparse contra su estómago. No lo había visto venir, no tuvo tiempo para pararlo. Se quedó sin respiración. Un jadeo se apoderó de sus cuerdas vocales y un hilillo de saliva se deslizó hasta llegar a su barbilla. Sus piernas temblaron y tambalearon. Su vista se descentró momentáneamente. Pero no cayó, no se permitió hacerlo. Ahora conocía la fuerza e intensidad descomunal de aquella bestia. Dio dos pasos hacia atrás y esta vez desvió el golpe de su compañero de armas. Supo instantáneamente que en caso de impacto, no hubiese resistido. Iba directo a la mandíbula. Desgraciadamente, Raiden no utilizaba solo los puños, también era bueno con las piernas. Una patada le rompería al menos dos costillas, estaba seguro de ello, por eso no podía hacer otra cosa que esquivarlas a toda costa. Se estaba cansando y aún no había asestado ni un solo golpe. Pensó que era ridículo, una vergüenza. Estaba sucumbiendo ante un autómata, una máquina de matar. Al menos había durado más de diez segundos. Observó el rostro inexpresivo de su atacante. Nada cambiaba, ni siquiera la mecánica de sus movimientos. Le pareció absurdo.
–Podrías rendirte. –aconsejó el general.
Le pareció un insulto. Un insulto a su resistencia, a su palabra, a su valía. No iba a hacerlo, no iba a rendirse, se odiaría a sí mismo si se agravaba ante tal humillación. Caería con orgullo, con dignidad. Aunque le moliese el cuerpo a golpes, aunque terminase con su último aliento. Le sonrió de medio lado a su superior. Se había dado cuenta de algo. Raiden lo superaba en fuerza, sin embargo, no lo hacía en velocidad ni en agilidad. Él era más rápido. Tenía que aferrarse a eso si quería tener al menos una oportunidad. Detuvo los nudillos del teniente una vez más y consiguió desviar una patada. Retuvo toda su consistencia en su pierna derecha y apoyó su mano en el hombro del imperial, impulsándose hasta llegar a su espalda. Antes de que su contrincante pudiese voltearse, rodeó su cintura con los brazos, inmovilizándolo. Conocía un movimiento de lucha libre perfecto para la ocasión, pero cayó en la cuenta de que una elevación sería imposible. No podía con él. Todas las miradas se clavaron en su persona. Necesitaba derribarlo y no sabía cómo. Tenía que actuar rápido, puesto que su prisionero no paraba de sacudirse ni de zarandearse para zafarse de su agarre. Tragó saliva. Era eso o nada. Enlazó una de sus piernas con las de subordinado, deshizo su agarre y se impulsó hacia atrás. Raiden tambaleó, por lo que aprovechó para empujarle hacia delante. No sabía muy bien lo que estaba haciendo, nunca había ejecutado esa técnica antes, pero parecía que estaba dando resultado. Antes de tocar el frío pavimento, el demonio lo arrastró al infierno con él. Lo agarró por el cuello del uniforme y cayeron al suelo al mismo tiempo. Kai se postraba encima de su compañero, exhausto, le costaba respirar. Su camarada lo apartó apresuradamente, de forma brusca, sacudiéndose el polvo del uniforme. Aún tirado en el suelo, con miles de gotas de sudor empañando su mirada y recorriendo todo su rostro, con un dolor indescriptible en el estómago y alguna que otra contusión, no pudo evitar sonreír, no después de visualizar la cara de estupefacción del general. Ni siquiera sabía si había ganado, la verdad es que le daba igual. Había logrado abatir a un demonio. Eso era todo lo que importaba.
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A soul wrapped in darkness
ActionRaiden es una herramienta de guerra, un soldado que ha tenido que abandonar su humanidad para acatar todas y cada una de las órdenes del Ejército Imperial. Es un ser abúlico, sin iniciativa propia, sin sentimientos, sin deseos, incapaz de comprender...