No es que no me haya fijado en él. Lo hacía. Lo hacía y mucho. Me fascinaba la forma en que fruncía el ceño. Me gustaba la forma en que sus ojos se iluminaban cuando sonreía. Me parecían fascinantes los hoyuelos que se formaban en sus mejillas cuando lo hacía. Pero lo que más me encantaba de él, era su silencio. La forma en que se ruborizaba cuando lo atrapaba mirándome. La manera en que apartaba la vista, por más que yo me empeñara en que se atreviera a hablar conmigo. No lo hacia. Pero en su silencio, expresaba más de lo que podría hacerlo con palabras... Y eso me encantaba.