El viejo en la catedral

25 7 6
                                    


Voy a su encuentro, mis sentimientos me guían. Siento un alegre calor en el pecho que me anima a continuar. ¿Dónde estarás, Emilia?
Esta plaza de frondosos verdes, bien que la conoce, y me cuenta que está cerca. Miro al cielo rayado de cedros buscando certezas. Los últimos destellos de la tarde me dan de lleno en los ojos. Pero sigo caminando, encandilado. Tropiezo con una mujer. No enfoco bien su rostro,  me habla enfadada. Sus palabras resuenan en mi mente, aunque no tengan sentido para mí. Me recuerdan muy remotamente a alguien, o algo.

La visión de la enorme catedral erguida a unos metros frente a mí, disipa la breve sensación de confusión que me dejó el incidente. Camino hacia el antiguo edificio que me atrae como un enorme imán a un diminuto trozo de metal. Ella me sigue los pasos. Volteo a mirarla de nuevo: parece que sigue hablando, pues gesticula con rapidez. Es  Teresa, ahora la veo más claramente. ¿Qué hace aquí?
—¿Me estás escuchando? —pregunta, elevando el tono por encima del volumen de mis pensamientos.
—Sí. Bueno...no. Disculpa, me tengo que ir.

Teresa no se despidió, sin embargo. Parece más enfadada que antes.  Continúa tras mis pasos. ¿Por qué lo hace? La voy a ignorar. O acaso rogaré al cielo para que se haga polvo, y que el viento se lleve sus odiosos restos.

Al fin llego a los pies de la catedral. Teresa se funde con la multitud congregada en el atrio, que efusiva se vuelca a su encuentro. ¡Qué alivio!
Consigo pasar a través de ese mar de rostros desdibujados por el incipiente anochecer; mi inusitada habilidad para sortear obstáculos es asombrosa: no puedo creer lo que acabo de hacer. Es como si me hubiera convertido en una sustancia a la que ningún cuerpo opone resistencia.

Sigo avanzando a través del pasillo de la nave central y vislumbro la espalda de Emilia. ¡Con que aquí estabas! Algo me lo decía...

Consigo pasar sin dificultad por encima de un viejo que la acompaña en la banca, sin tropezar con él, sin rastro de torpeza. Sigo gratamente sorprendido de mi asombrosa habilidad para acercarme a ella. El viejo me mira de reojo, se levanta y se va. Quizás entiende que estoy muy enamorado. Muchas gracias, viejo.
Mi mano se posa sobre el hombro de Emilia y ella vuelve su mirada hacia mí. Sonríe. Tomo asiento a su lado y le sujeto la mano derecha con ternura. Escucho al fin la voz eclesiástica pronunciando el nombre de Emilia. ¿Qué se estará celebrando en nombre de mi amada? Luego, por encima de la solemne voz, las notas de un mágico órgano serenan mis latidos.
Siento que la vida recorre mi cuerpo como por primera vez; y en ese sublime instante, Emilia se levanta y me convida a salir de la catedral.

El portal se encuentra despejado, excepto por el viejo que abandonó la ceremonia para dejarnos solos en la banca. Ignorando su silenciosa presencia, Emilia acerca su rostro al mío, hasta tocar mi frente con la suya. La miro: soy un bulto de nervios y tripas vibrando en alto. Sin previo aviso, posa sus labios sobre los míos. Me derrito de la emoción. Ella invade mi boca con su beso, cuyo sabor es el que más me gusta en el mundo. Es demasiado para mí. Quizás, después de todo, no es para mí...

Me aparto de ella. Necesito respirar. Lleno mis pulmones del aire cargado que circula entre los dos. La miro y la miro, sus ojos brillan, como seguro brillan ahora mismo los míos; y por una suerte de inercia cursi, caminamos de la mano hasta fuente de soda que está en la calle paralela a la catedral. Pido un par de bebidas. Lo que me han traído no tiene sabor alguno, como si no tomara nada. Es muy raro.
—¿Está buena tu bebida? —le pregunto, curioso.
—Me tengo que ir. —musitó inesperadamente.
—¡No puede ser! —exclamo enfurecido y decepcionado—. ¿A dónde te vas?
—Nos vemos en otra oportunidad.
Y con la oscuridad de la noche cerrada se hizo una. Se perdió de mi vista. Me quedo totalmente solo, y vuelvo a sentir la dolorosa necesidad de ir a su escurridizo encuentro, como siempre desde la época del colegio. Esa necesidad que me enloquece.

El lado oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora