Palacios de Cristal

13 0 0
                                    


El barrio Las ceibas era muy tranquilo, y durante los años que Bárbara llevaba allí instalada, jamás había sentido temor alguno de ser atacada en su propia casa. Por ese motivo, salió desprevenida a ver quién estaba al otro lado de la puerta, después que escuchó dos fuertes golpes contra el robusto nogal.

Al abrir la puerta se sorprendió de ver a Martínez ahí parado, con un ridículo sombrero, y los ojos inyectados de un fuego amenazante. Hasta ese momento Bárbara no se había detenido a pensar en los alcances de la falta de dignidad en un ser humano, e intentó cerrar la puerta rápidamente; pero Martínez no lo permitió, y empujó con todas sus fuerzas hasta colocarse dentro de la casa, quedando a merced de los impulsos nerviosos de su dueña.

En pocos segundos Martínez cayó reducido por una estatuilla de madera que decoraba la repisa de la entrada. Bárbara llamó a la policía al instante, poniendo atención al hombre que se hallaba en el piso medio desmayado, amenazándolo con el arma que lo derribó antes.

El oficial de la policía apareció cuando Martínez volvía completamente en sí, y escuchó la breve declaración de Bárbara, que coincidía con la desordenada escena que obstruía la entrada a la vivienda.

De imprevisto, Martínez interrumpió la conversación:
-Me atacó de la nada, yo salgo con ella, lo puede comprobar, oficial.
-¿Es cierto que salen juntos? ¿Por qué no lo mencionó antes? -inquirió el oficial Jiménez. Su severo rostro traslucía confusión.
-No es así como lo pinta...salimos una vez, hace una semana; pero no fluyó...-agregó Bárbara.

Un tenue rubor empezaba a cubrir sus fuertes pómulos.

-¿Y para qué me llamaste ayer? ¿No era para vernos hoy? ¿O vas a negar que me llamaste? -preguntó Martínez, quien se mostraba cada vez más a gusto en medio de extraña situación.
-Ok, esto se está poniendo turbio. Lo mejor será que ambos me acompañen a la comisaría para aclarar este embrollo.
-Lo único que deben tener claro es que este tipo intentó entrar a mi casa, a la fuerza. Y aunque haya salido con el ésta misma mañana, aunque le conozca de toda la vida, es una violación a mí privacidad. De igual forma le acompañaré, oficial. Me interesa salir de esto lo más pronto posible.

Se subieron al carro del oficial y vieron la noche cubrir la tarde de Las ceibas. La avenida Gómez, salpicada de luces manchadas de una repentina llovizna; soporífera y caldeada debido a la hora pico, los detuvo por un rato en el que sobrellevaron el más incómodo y eterno de los silencios. Una bruma de tedio descendía sobre las voces intermitentes de otros patrulleros que le hablaban a la radio. Bárbara se encontraba furiosa. «¿Cómo es posible que le prestaran atención a este loco de mierda?», pensó, mientras observaba el húmedo y vaporoso tráfico a través de la ventana.

Las luces que rellenaban la avenida al fin comenzaron a desplazarse, despacio; poco después se encontraban atravesando el espeso y poluto viento a setenta kilómetros por hora, acercándose cada vez más a la comisaría.

Al llegar, Martínez se mostró solemne; satisfecho de poder colaborar con las autoridades. Bárbara le miró con profundo asco. Les tomaron los datos personales y el oficial Jiménez entregó el caso al comisario Iván Fernández, con la información recopilada en la entrevista previa a los implicados.

El oficial insistía en tratar a Bárbara como sospechosa, a pesar de que su accionar estuvo totalmente justificado, hecho que molestaba sobremanera a la mujer, quien no paraba de pensar en los improperios que se merecía Martínez.
-Señora Bárbara Montes, ¿me está escuchando? -preguntó Fernández en voz alta, ante la falta de atención mostrada por Bárbara.
-Sí, dígame. -respondió ella con el rostro encendido.
-¿De dónde conoce usted al señor Martínez?
-Nos recuerdo...alguien nos presentaría. Fue una horrible casualidad seguramente.
-Vaya, qué embustera nos salió... -intervino Martínez con serenidad -, nos conocimos por Tinder, comisario. Eso se puede comprobar...
-Las mentiras podrían perjudicarla seriamente. Haga el favor de aclarar esto de una vez. -previno muy serio Fernández.
-¡El embustero eres tú! -bramó Bárbara.
-¿Conoció o no conoció al señor Martínez a través de una aplicación de citas?
-Sí, es cierto.
-Entonces, ¿por qué mintió antes?
-¡Porque me da vergüenza reconocerlo!
-¿Qué es lo que le da vergüenza? -inquirió Fernández confundido.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Apr 13, 2021 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

El lado oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora