Capítulo 1

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Ya eran pasadas las 18:30. No había casi nada de luz y los grillos hacían ruido avisando el comienzo de la noche.

Observé la rejilla frente a mí. Debía medir unos cuatro metros, creo. Di una última repasada a mi plan, el cual era básicamente: saltar la reja y caminar hasta salir de la tierra del amanecer. En caso de que los guardias se dieran cuenta, tocaría correr hasta salir de los límites del bosque.

Empecé a trepar y en cuanto llegué a arriba, me pregunté a mí misma si de veras quería huir y dejar todo lo que tenía.

Sí.

Pasé mi pierna izquierda por sobre la reja, luego la derecha y empecé a descender. Todo iba marchando bien hasta ahora. Mientras descendía lo oí:

Voces. Algo lejanas, pero que cada vez se escuchaban más y más cerca. Mi corazón se aceleró. Bajé más rápido, pero la reja hizo ruido.

Mierda, me tienen.

Me quedé quieta durante unos segundos, incluso dejé de respirar mientras escuchaba las pisadas acercándose desde el otro lado de la reja.

Una luz iluminó mi rostro. Era un guardia con su linterna. Mis ojos se abrieron muchísimo y mi boca formó una pequeña <<o>> de desesperación.

—¿Pero qué demonios? —Pronunció el guardia de la linterna con cara de desconcierto.

Aún con el corazón a mil, me empujé hacia a atrás y me dejé caer. No caí de pie, pero intenté levantarme lo más rápido que pude. Sentí un escalofrío en la espalda y apenas podía verle la cara a los guardias.

—¡Rápido, idiota, se está yendo! —Gritó el otro guardia en cuanto logré ponerme de pie y empecé a correr.

Los escuché discutir hasta que estuve lejos. Mi respiración acelerada y mi corazón desbocado. No paré de correr; tenía todas las de perder.

Sentía que todo a mi alrededor daba vueltas. Corrí y corrí, hasta que me tropecé con una raíz y me quedé tirada en el suelo. Podía sentir mi pulso en mis oídos. Jadeante, me arrastré hacia un árbol y me rescosté de él, buscando recuperar el aliento. Me sentía desesperada. Mi plan constaba de: esperar a que anocheciera, escabullirme y esconderme de los guardias de turno y desaparecer. Quizá luego de la de antes de la cena alguien notaría que no estaba.

Pero no pasó así, por supuesto. Esos guardias que me encontraron ni siquiera debían estar allí: lo sé porque había pasado un mes entero estudiando los horarios y cambios de guardia. La mala suerte me perseguía, y este ni se acercaba al mejor ejemplo de ello.

Mi corazón, que se había calmado un poco, volvió a acelerarse dentro de mi caja torácica con locura cuando escuché el galope de los caballos de la guardia a lo lejos. Le habían alertado a, por lo menos, dos tropas que alguien había cruzado la reja.

Por si no lo entiendes, el rey había prohibido rotundamente cruzar la reja y entrar al bosque prohibido. Había especificado en ese comunicado, que encerraría de por vida a la persona que se atreviera a desobedecerle en los calabozos de debajo del castillo. Lo sé tan a detalle porque yo estaba ahí, presenciándolo todo, y aún así, había decidido salir y hacer lo que siempre había querido; escapar.

Ni siquiera sabía si eso se podía, pero según la señora Chenery, la vendedora de quesos del pueblo, había una salida del valle del amanecer, pero para eso habría que atravesar los tres reinos y un horrible bosque. Le creí, aunque tal vez no debí. La señora Chenery a veces parecía chiflada, pero era buena gente; me regalaba quesos cuando me veía. Y con eso me bastaba.

El galope de los caballos se hacía cada vez más y más cercano. Me puse de cuclillas y cerré los ojos tratando de encontrar la dirección de donde venían los golpes provocados por los caballos. Por más que quería, lo único que escuchaba era los golpes de mi corazón acelerado. Cerré aún más los ojos, y fue cuando me di cuenta de que venía de todos lados.

OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora