Capítulo 3

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Y lucubraba sentada en silencio, mientras mis ojos negros como el ébano me miraban con desesperación. Mi boca no sabía que decir, prefería que mis ojos fueran ciegos. Y en medio de la oscuridad empecé a relacionar un delirio con otro. Y me di cuenta de que no era un suicidio si no estaba viva, simplemente no estaba muerta, que eran dos cosas muy diferentes. Mi cuerpo estaba vivo, lo que veía el mundo estaba vivo, pero por dentro no era ni cadáver, era cenizas que se las quería llevar el viento pero el cuerpo despierto no se lo permitía, necesitaba que ese cuerpo fuese inerte.

Yo me reflejaba en el espejo, me veía cuchilla en mano, cicatrices en muñecas, brazos, piernas, ombligo... No era el cuerpo común de una adolescente, que en el espejo se veía gordo, rebosante de grasa, michelines y cartucheras cuando en realidad era un cuerpo esquelético demacrado por esta sociedad que veía aquella esquelética realidad más hermoso que lo que se reflejaba en el espejo hecho añicos por un puñetazo de rabia y dolor.

Estaba sola, no tenía a nadie que viese que tras las sonrisas de "Estoy bien" hay un corazón roto con ojos llorosos al que se le están acabando las fuerzas.

La sangre que manaba de cicatrices abiertas y heridas recientes manchaban el parqué, convirtiendo el marrón de la madera en ese rojo que muchos tememos.

La lágrimas que rodaban por las mejillas se mezclaban homogéneamente con la sangre haciéndola clarecer.

Quería parar el dolor y la agonía. Quería terminar con esta vida y empezar una nueva, fugarme a lugares lejanos. Lugares en los que no existieran espejos, ni gente que se burlase cruelmente de mi. Me imaginaba un lugar en el que de verdad tuviese una familia, para pedirles ayuda cuando la necesitase.

Estaba harta de vivir sola, sin nadie con quien hablar, estaba harta de que se burlasen de mi por ser huérfana, de que me rehuyese todo el mundo como si tuviese la peste. Yo siempre he tratado de dar lo mejor de mi, de ser una buena persona, pero la gente siempre me ha juzgado por no tener una familia, por las habladurías que decían que en la familia que me abandonó todos eran asesinos, pero no se dan cuenta que mi madre solo me parió no me crió, que ni siquiera la conozco así que no puedo ser como ella.

Nadie me echaría de menos si ahora en lugar de cortarme el brazo como cada noche, unas veinte veces, si en lugar de eso me rajara totalmente el brazo en vertical desde la muñeca hasta la articulación del codo. Nadie me echaría de menos si ahora mismo me desangrase en este sótano abandonado. Nadie denunciaría mi desaparición, y si algún día me encontrasen, no habría nadie para identificarme.

Me sentía triste y desvalida, quería gritarle al viento, quería saber lo que era el amor y la felicidad que nunca había sentido. Quería sentir el calor de otro ser humano, quería un abrazo y un hombro sobre el que llorar. Quería a alguien en quien poder confiar y a quien contarle por todo lo que he pasado. Y que a pesar de todo siempre me he intentado mantener fuerte, porque no tenía a nadie que se mantuviese fuerte por mi, quería contar las veces que me he tenido que levantar sola cuando me he caído porque en ese momento no tenía a nadie en quien apoyarme más que en mi misma. Quería que hubiera alguien que temiese perderme, alguien que me echase de menos si me fuera. Yo no quiero dinero, ni una casa, ni juguetes... solo quiero a alguien con quien reír y llorar, nada más. Una persona que a pesar de conocer la peor parte de mi se mantenga a mi lado.

ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora