Frío como tú

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     De niña solía mirar detenidamente a las personas. Me gustaba pensar cuál sería el nombre de esa señora que esperaba el autobús, cuántos años tendría, si su cabello era igual al de su madre o su padre. Mi madre me reprendió al verme, dijo que no era bueno observar de esa manera a las personas, cuando pregunté por qué, solo respondió con un “no lo hagas y ya”, seguido de un jalón de brazo para animarme a caminar. Conforme fui creciendo seguía haciéndolo, pero siendo más precavida. ¿Qué secretos esconden las personas?, ¿Cuáles son sus mayores miedos?, ¿Qué es lo que más desean en la vida? Sabía que nunca lo sabría, solo que era una curiosidad mía. Tienen razón cuando dicen que cada persona es un mundo, todos tienen una perspectiva de ver la vida de maneras diferentes y ninguno puede decir cuál es la correcta de todas ellas. ¿Qué importa?, me recordaba eso cada vez que sentía la necesidad de saber de alguien más de lo que mostraba.
     Me sentía de esa manera justo ahora: regañada, y mi madre ni siquiera estaba aquí; molesta, por no haber sido lo suficientemente buena observadora; y triste, porque el que busca encuentra, y lo que encontré no era bueno en absoluto. Empapada y con mucho frío me abracé las piernas, como si fuera a darme el calor que necesitaba. No sé cuánto tiempo llevaba aquí sentada, la oscuridad había llegado más rápido de lo que pensé, solo distinguía una ráfaga de luz muy tenue que entraba por un agujero de esa vieja caseta de madera, probablemente sería de una bala. Mi mente empezó a vagar imaginándose a una muchacha en vestido blanco hace años corriendo a orilla de carretera, en una noche lluviosa como esta, siendo perseguida por un hombre armado, mientras éste disparaba a lo lejos sin atinarle a la chica. Vi entrar por la estrecha puerta a la muchacha con su vestido blanco empapado y pegado a su menudo cuerpo, la cara pálida, con ojos grandes y muertos del miedo. Se sobresaltó al escuchar el sonido del arma, posteriormente se tiró al suelo lleno de lodo, sollozando en posición fetal. Al extremo de la pequeña caseta había un agujero igual donde atravesó la bala. La muchacha susurraba algo entre sollozos, tal vez estaría rezando, no lo sé. De pronto me miró, como si no fuera producto de mi imaginación. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y no era a causa del frío precisamente. Murmuró algo, no supe qué, permanecí en silencio, inmóvil. Desesperada entonces gritó: ¡corre!

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