5 meses

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 Entre gèrmenes y bacterias

 -¡Que los cumplas, que los cumplas, que los cumplas feliiiz! ¡Viva Alisson! ¡Eee!

-¡Eee! -ella sonriò mostrando las encìas màs bonitas del mundo.

 Cumple de cinco meses mi pequeña. Yo misma soplè las velitas del pastel mientras ella balbuceaba cosas tipo "gugù dadà". ¡Mi hijta està tan bonita! Desgraciadamente no puedo decir lo mismo sobre mì. Mi cuerpo continùa igual a una lasaña (cuadrado y compacto) y mi panza todavìa no volviò a su lugar, lo que llevò a Armando a llamarme, cariñosamente, "mi gordita". Una dulzura de esposo, eso es incentivo. Lo peor es que èl cree que entiende todo de las mujeres, imagìnate si no entendiera.

 Ademàs de sentir en la piel el gran trabajo que da ciudar a una niña de cinco meses, aprendì una importante lecciòn: las manos del bebè son un territorio prohibido, un campo minado; nadie, nadie deberìa atreverse a tocarlas. Làstima que solo los que tienen hijos conocen esa regla. Claro, ninguna persona està obligada a saber. Pero las madres primerizas no soportan, odian, se tornan fieras cuando alguien dice: "¡Mira què bebè tan lindo!", sacudiendo la manito de la criatura en cuestiòn. ¡Eso no se hace! Ademàs de no tener anticuerpos, el bebè vive con la mano en la boca. Pero parece que nada de eso es obvio.

 Hoy, en la peluquerìa, la simpàtica chica del mostrador, que pasa el dìa en contacto con dinero (¿existe cosa màs inmunda?), tocò la mano de Alisson unas 574 veces. La agarrò con ganas. Apretò los nudillos, los besò, apretò de nuevo, acariciò, frotò y, terror de terrores, mordisqueò. ¡Mordisqueò! Casi tuve un ataque. Y lo peor es que, como siempre pasa en esas ocasiones, tuve que fingir que estaba todo bien, muriendo de ganas de gritar: "¡Suelta la mano de mi hija, almacèn de protozoos! ¡SUELTA!"

 No hice nada de eso, seguì controlàndome ferozmente, porque era preciso. Poco despuès llegò una manicura, que trabaja con cutìculas, callos, manos y pies ajenos. La chica fue muy agradable, pero luego encajò un beso en la mejilla de Alisson.

 -Ay, hijita, ¡que làstima! Mil disculpas... deseo tanto poder sacar esa baba pegajosa de tu cara, pero ahora no voy a poder, aguanta un poquito màs -susurrè en su oìdo.

 Sè que puede parecer desatinado, pero mientras la manicura hablaba, todo lo que yo podìa ver era la cloaca de lombrices, bacterias, virus y escupitajos que salìan de su boca. "¿Cuàndo va a darse vuelta esa mujer para que yo pueda desinfectar las manos y la mejilla de Alisson? ¿Cuàndo?", pensaba.

 Ah, sì. Transformè mi rociador, que usaba para mojarme el cabello antes de cepillarme, en spray de agua filtrada para limpiar a mi bebè de las impurezas del mundo. Ràpida como una pistolera, saco mi rociador del bolso y, en cuestiòn de segundos, elimino toda la suciedady me siento la madre màs cuidadosa y limpita del mundo.

 Sè que ya hay gente que a mis espaldas me dice paranoica. ¿Y què? Ninguno paga mis cuentas, ninguno tiene nada que ver con mi vida ni con mis hàbitos. Eso no es paranoia: es amor, es cuidado, es higiene.

 Pero no soy yo quien va adecir eso a los demàs. Lo que me gustarìa es que se les enseñara que a un niño pequeño solo se le acaricia la cabecita y ¡suficiente!

 ¿O serà que estoy siendo paranoica? Si lo fuera, todo bien. A las madres primerizas se les permite todo.

¡¿En serio, ma?!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora