Capítulo 5

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Pecados de Elsweyr

El dolor no era algo nuevo para Celer, tan sólo en los últimos días su cuerpo había sido expuesto a bastantes situaciones dolorosas. La punzante sensación en su cabeza, por otro lado, era algo completamente diferente a lo que el joven imperial conocía: era como si un orco estuviera estrujando su cerebro mientras un mal bardo cantaba falsetes en su oído.

Claro, dolor no era lo único que sentía, la calidez de sol atravesando la ventana era reconfortante y no pudo evitar disfrutar el deslizar de las suaves sabanas mientras se incorporaba en la cama, su cuello estaba algo tieso y su torso se rehusaba a responder. Nada fuera de lo normal ahí, aunque Celer estaba confundido por el origen del dolor en su cabeza. Era extraño, pero si el joven imperial era honesto, lo que más le confundió en aquel momento fue la vista de un gato gigante dormitando al lado de su cama.

El felino se notaba cómodo enrollado bajo el cálido sol con una leve sonrisa en su cara gatuna, abrazando lo que parecía ser su cola. Celer alzó las cejas.

-¿Qué rayos...?- La simple acción de aquel susurro causó que otra aguda punzada le atravesara la cabeza. Celer apretó los ojos y rodeó su cabeza con sus sudorosas manos. Sus dedos se enterraron hasta las raíces de su cabello como si pudieran desenterrar aquel dolor.

Entre la oscuridad que provocaba su mueca, Celer se percató con dolorosa claridad de todos los sonidos que le rodeaban. Era de mañana, por lo que se escuchaba a los clientes de la taberna claramente, había bastantes gritos, el correr de los platos y el chocar de los tarros llenos de ale imperial. Por la ventana abierta se podía percibir el suave susurrar de la ciudad, vecinos y comerciantes comenzando su día al compás de los callados ríos que rodeaban el pueblo.

Así es, no era más que una hermosa, perfecta y pacifica mañana.

-¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHH!- gritó un joven imperial ante el desgarrador dolor.

La ciudad quedó en silencio. Las camareras y clientes de la taberna se detuvieron en seco, los comerciantes con monedas en las manos se paralizaron al escuchar el inhumano grito que parecía salido de las mismísimas fauces del Oblivion. Con sólo el correr de las aguas y el susurro del viento, los habitantes de la ciudad alzaron una plegaria a los nueve divinos e incluso a algún daedra que estuviera escuchando antes de continuar con sus actividades. Así es, sólo otra mañana normal en la pequeña ciudad de Bravil.

Celer abrió los ojos con cautela, aquel grito de ultratumba sin dudas le ayudó a despejarse la mente. El dolor, aunque persistente, parecía intimidado. La luz del sol matutino cegó a Celer unos segundos, tallarse los ojos no parecía ayudar mucho, así que resignado a la momentánea vista borrosa, el joven trató de ubicarse. Era un sencillo cuarto de taberna, sobre la cómoda estaba su armadura y débil espada. Al pie de su cama se podía distinguir una lona blanca, probablemente una sabana vieja. Todo parecía normal.

Luego Celer volteó hacia la derecha.

En el suelo estaba una mancha café.

Celer no podía recordar ninguna mancha entre las cosas que llevaba, más extraño aún era que la mancha parecía moverse. Mientras el chico trataba de enfocar su vista, su oído captó una sutil y tierna vibración que provenía de aquella mancha. Con algo de curiosidad, el imperial estiró su mano para tocar aquel ser desconocido por la ciencia arcana.

-Ya...-murmuró la mancha entre quejidos-. Me haces cosquillas...

"Las manchas hablan", pensó él, no era extraño realmente pero sí algo desconcertante. El dolor en su cabeza, al igual que la nube en sus ojos cedían poco a poco, la ardiente luz aclaraba la imagen frente al joven con tediosa lentitud.

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⏰ Last updated: Mar 19, 2021 ⏰

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