DESPUÉS

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Washington DC.
27 de Noviembre, 2020.


Conocía al detective Adam Rogers desde antes que entrara en aquella habitación que formaba un cuadrado perfecto. Aunque nunca lo había visto en persona, por meses escuché todo acerca de él, hasta el punto en que me sentía como si lo hubiese visto durante toda mi vida.

Era de complexión robusta, alto, y con una presencia tan fuerte que hacía reververar la estancia nada más pisar el interior. Llevaba el cabello pulcramente peinado hacia atrás, con las finas hebras de color grisáceo asomándose por entre los mechones azabache. Las facciones que componían su rostro eran más bien duras: cejas oscuras y gruesas que casi no lograban formar dos arcos, un par de ojos muy marrones y pestañas negras y largas; la nariz ancha y la mandíbula cuadrada

Sabía que había pasado veinte años en el Servicio de Inteligencia, y que luego lo habían transferido a una estación de policía en Carolina del Norte como detective. Sabía que lo habían cambiado de jurisdicción y de cargo porque perdió los estribos en una misión importante, pero que era demasiado valioso para despedirlo. También sabía que tenía dos hijas, una de veintitrés años y otra de dieciocho, y que su esposa había muerto en un accidente de tráfico cuando ambas eran muy pequeñas.

Conocía todo sobre ese hombre. Sus horarios, el ritmo de su vida, incluso el promedio de veces en las que iba al baño —que eran muchas por sus problemas de riñones—. Sin embargo, él había escuchado de mí apenas esa mañana, cuando una llamada llegó a él hablando sobre mí. Sobre lo que acababa de hacer.

Adam Rogers irrumpió en la habitación con una carpeta de color rojo bajo el brazo, y sin siquiera mirarme ocupó la silla metálica al otro lado de la mesa. La carpeta golpeó la superficie sólida del mueble, haciendo un estruendo que rompió el silencio sepulcral de la estancia con tal brusquedad que hubiese hecho a cualquiera pegar un salto. Yo ni siquiera me inmuté.

Como ya dije, lo conocía. Pasé meses estudiando cada una de sus estrategias para arrancar las palabras correctas de cada persona, y justamente por eso no le daría lo que estaba buscando.

No con tanta facilidad.

—Soy el detective Rogers, la persona al mando de la investigación que la señala a usted como principal sospechosa —dijo, al tiempo que abría la carpeta y comenzaba a desplazar sus ojos por la primera hoja escrita—. Roxanne Stirling, ¿correcto?

Me limité a darle un solo asentimiento con la cabeza. Sentía el metal de las esposas aferrándose a mis muñecas como si de una mordida se tratara, pero aquello no hizo más que desenterrar recuerdos. Yo ya había tenido las manos atadas mucho antes y ahí seguía.

—¿Sabías que no existes? —inquirió el hombre luego de un segundo en silencio, aún sin despegar la vista de los papeles frente a él—. Hasta hace dos horas no había un sólo registro que te incluyera. Sin acta de nacimiento. Nada de cuentas bancarias —hizo una pausa para llevar sus ojos a los míos—. Ni siquiera una identificación.

Me encogí de hombros con despreocupación.

—Una sorpresa inesperada, ¿verdad?

Las oscuras cejas de Rogers se unieron en el centro cuando una expresión de desconcierto le invadió el rostro.

—Lo sabías —fue lo único que dijo, en un susurro.

—Digamos que sé un par de cosas que no llegarías a imaginarte —aseveré, ladeando la cabeza un par de centímetros—. Pero, dejemos que todo vaya a su debido ritmo, ¿no le parece, Detective?

El hombre me dedicó una mirada fría que intentó enmascarar su desconcierto. Sabía que lo había tomado por sorpresa con mi actitud. Siempre pasaba, por eso me divertía tanto el ver cómo los hombres más inteligentes se quedaban ligeramente impactados por lo que sabía.

—Quiero que me cuentes todo, Roxanne. Eso lo hará mejor para ti —expresó, echándose hacia adelante y apoyándose sobre sus codos—. ¿Por qué asesinaste a todas esas personas?

Sus ojos me dieron una mirada helada que podría haber hecho que el más brusco de los hombres se estremeciera. Unos años atrás hubiese causado la misma reacción en mí, pero llegados al punto de mi vida en el que estábamos, no me provocó lo más mínimo.

—Ambos sabemos que mi situación no mejorará en lo más mínimo, Detective —enarqué una ceja en su dirección—. Pero le daré cada uno de los detalles. De nada sirve que me lleve conmigo todo lo interesante, ¿no es así?

Rogers no desvió la mirada ni por un segundo, en todo caso lo único que hizo fue parpadear menos mientras escrutaba mi rostro.

Largué un profundo suspiro y me dejé caer contra el respaldo de la silla metálica en la que me había sentado hacía aproximadamente una hora ya. Si algo estaba claro era que ese hombre no saldría de ese diminuto cuarto hasta que obtuviera todas las respuestas por las que había venido.

—Está bien, detective Rogers —acepté—. Voy a contarle toda la historia, pero antes necesito que me prometa una cosa —expresé, echándome hacia adelante.

Los ojos que por tantos años me causaron sufrimiento se posaron sobre los suyos con frialdad, y justo como yo lo hice, el hombre ni se inmutó.

Supongo que ha visto monstruos peores.

—¿El qué?

—Que no me mirará con ojos de lástima después —asesté, para volver a acomodarme en mi asiento, y comenzar a darle todos los detalles de mi historia.

La historia que me hizo hacer las cosas horribles que hice, pero de las que no me arrepiento. La historia que hasta ese momento todos habían tenido la oportunidad de contar menos yo.

Lo que él no sabía era que estaba a punto de conocer mucho más que el motivo de aquellos asesinatos. Sino que estaría a punto de descubrir todo lo retorcido que un pintoresco pueblito podía llegar a esconder.

ROXANNE [Reescribiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora