Parte I La verdad detrás del mito

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Ahí estaba otra vez, al borde del precipicio, a pesar que las primeras dos veces casi acaban conmigo.

Tenía rasguños en todo el cuerpo, desde el cuello hasta las plantas de los pies, mi rostro ensangrentado y un agujero en el pecho, provocado por una lanza de roca que me arrancó el corazón.

Pasé mucho tiempo indecisa, sobre si saltar o no la segunda vez, cuando finalmente lo hice mis alas no respondieron; ellas me habían guiado y aun así me dejaron caer, se sintió como traición cuando descubrí mi corazón empalado al fondo del barranco.

No las había usado en un par de años y era lógico que pasaría, pero algo de ese lugar se manifestaba en ellas con dolor y eso fue lo que me trajo hasta aquí.

Por primera vez en años, tenía miedo, pero me invadía la sensación de que algo ahí abajo me pertenecía. El abismo tormentoso de unos días atrás me ofrecía algo a cambio de lo que me quitó.

Temer nunca fue un obstáculo, sin embargo, las perspectivas cambian cuando te faltan órganos. Me sentía frágil, mi cuerpo incompleto apenas aguantaba el peso de los últimos pedazos de espíritu y las dudas aumentaban con cada paso.

Podía escuchar al abismo llamarme, repetía mi nombre, al tiempo que me debilitaba y todo empezaba a doler; del agujero en mi pecho escurría sangre en sus intentos fallidos por latir. No me cabía un rasguño más y aunque así fuera, no estaba dispuesta a recibir otro.

La voz se metía en mi mente, me hacía sentir nacida para saltar y de un segundo a otro se convirtió en una necesidad.

Un par de atardeceres después solo respiraba la voz del vacío, lo único que me mantenía con vida eran pequeños destellos que emitía cada tanto, con el único objetivo de aumentar mi necesidad de redención.

Cuando mis pies se cansaban, las alas me hacían reaccionar. Una vez en la orilla mis ojos se posaron en lo que había del otro lado, no quería mirar hacia abajo, si iba a saltar de nuevo lo haría con la frente en alto y sin sumar heridas.

Di un paso en el aire y mis alas explotaron en llamas y dolor, dejando caer polvo dorado el cual se convertía en destellos, que antes creí venían desde abajo.

Mis heridas se abrieron aún más y las lágrimas llenaron el fondo del cañón creando un río luminoso.

Cerré mis ojos rogando por una última oportunidad de vivir, al terminar mi plegaria sentí un estruendoso impacto y se me dificultó respirar. Llevé mis manos al estómago, una roca puntiaguda sobresalía de este y escuchaba la sangre gotear por ambos lados de mi cuerpo.

Con mi último aliento miré a la derecha para encontrar aquello que el abismo prometió devolverme. La voz que antes me dio vida ahora me condenaba.

Los pedazos de alma restantes volvieron a mí de golpe en su intento por ascender.

El río se llenó de sangre y cenizas.

Hoy el corazón a mi lado sigue latiendo, mientras mi cuerpo en una eterna agonía observa como el cielo me rechaza una y otra vez. 

El abismo doradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora