PRÓLOGO

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"Malos presagios, sombras y cuervos que vigilaban la merced del diablo"

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"Malos presagios, sombras y cuervos que vigilaban la merced del diablo".

       Era una noche complicada, era la tercera vez que Lilith se despertaba por los graznidos de algún pajarraco que se posaba en el desnudo árbol del jardín. Aunque resultaba todo un reto, ya que el viento azotaba las ramas violentamente y cuando estas cogían la velocidad necesaria, alguna lograba golpear la ventana de su habitación.
La joven se levantó de la cama vertiginosamente y decidió asomarse con intención de espantar a lo que fuera que estuviera perturbando su descanso; pero al acercarse apenas pudo distinguir lo que escondía la noche, estaba tan oscuro que ni la luz de la farola pudo alumbrar el asfalto. Hizo todo lo posible por ver algo, al menos intentar identificar al animal que aún seguía graznando, pero le resultó imposible. Justo cuando estaba a punto de volver a la cama, un estallido en la ventana hizo que diera un salto y cayera hacia atrás cubriéndose el rostro con sus brazos, protegiéndose de lo que fuera aquello.
Chillando del susto, observó como un gran cuervo yacía muerto a sus pies, con un gran vidrio que le atravesaba el cráneo. Lilith contempló horripilada su cádaver rodeado de cristales y con un río de sangre que con lentitud avanzaba hasta colarse por las pequeñas ranuras de un parquet quebrantado.

— ¿Pero qué...? ¿Qué ha sido eso? — masculló para sí misma sin salir de su asombro. El frío comenzó a invadirla, la corriente de viento ahora entraba en su cuarto sin decoro, arrancando así los tantos pósteres que se encontraban pegados en las paredes, haciéndolos revolotear a su alrededor sin descanso.

          No fue hasta ese momento, cuando se dio cuenta de un ligero escozor que invadía su ojo derecho, se tocó con cuidado la zona y cuando miró sus dedos, chorretones negros residían en ellos. Asustada, se levantó lo más rápido posible haciendo movimientos rápidos y constantes con sus manos, apartando todo aquello que la amenazaba; pero los bruscos movimientos solo empeoraron la situación, ya que una gota de sangre  se deslizó por su mejilla hasta caer sobre uno de los ríos ébano que conectaban con el cuerpo inerte de aquel cuervo acristalado.
Claramente, de este detalle no se dio cuenta Lilith, ya que ella solo tenía ojos para la herida de su rostro, por la cual casi se mata para llegar hasta aquel espejo de pie y roble que se hallaba junto a su armario, al otro lado de la habitación.
Una vez allí, observó su rostro al completo; un pelo azabache lacio, una nariz puntiaguda, con una tez tan blanca como la nieve, unos pómulos marcados, ojos esmeralda y por si fuera poco, unos labios gruesos y rosados. Era una chica hermosa y eso nadie se lo podía negar, pero el gran corte que presidía desde su ceja hasta un centímetro bajo sus pestañas inferiores no pasaría desapercibido, sobretodo cuando lo más probable es que dejara una cicatriz con el suficiente relieve como para resultar casi imposible de ocultar.
Lilith gritó de frustración, no podía creerse que aquello le estuviera pasando. ¡Ese maldito tajo le había arruinado el rostro!
Corriendo, se acercó a la cómoda y abrió el primer cajón, del cuál sacó una gasa con la que poder; al menos, detener la hemorragia.
Lilith siempre había sido muy engreída, era extremadamente consciente de su belleza y cómo esta afectaba al trato que recibía. Todos la admiraban; los hombres deseaban conquistarla y las
mujeres rezaban por tener al menos la mitad de sus virtudes. Es por ello, que Lilith jamás se dejó embaucar por los cortejos de todos aquellos que solo querían enjaularla para exponerla como a un animal exótico y a pesar de que le encantara la atención que recibía, no podía permitir que ningún hombre la tomase como un trofeo y menos aún, que las mujeres se sintieran escoria ante la preferencia lobuna de esos patriarcas opresores. Por ello, siempre animaba a todas a quererse, a valorarse y a respetarse.
Para Lilith no existía una belleza más infinita que la propia autoestima.
Y Lilith era inalcanzable. Todos lo sabían.

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