Capitulo 3: Suicidio ridículo

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Amelia

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Amelia

La cabeza me da vuelta y vuelta, tratando de entender cómo en un pueblo tan chiquito hay desaparecidos y el pueblo más cercano es a horas de aquí, no lo entiendo.

Agarro un cigarro y abro la única ventana de mi cuarto que la vista es el patio delantero de la casa. Lo prendo y le doy una fumada, ya casi son las siete, después de ver el cartel de desaparecida Liana lo arranqué y me vine a mi cuarto, a esta hora me encanta apreciar el cielo naranja. Dejó salir el humo de mi boca y veo a alguien al frente de la puerta de mi casa, entre cierro los ojos para ver de quién se trata.

Tozo casi ahogándome al ver de quién se trata, aplastó el cigarro en el cenicero

Y me paro de la ventana y abro la puerta para salir de mi cuarto, empiezo a bajar las escaleras mientras que el timbre empieza a sonar mi mamá se para enseguida para abrir la puerta pero me le adelanto, agarró la manilla y ella quedó a mi lado con la mano estirada.

—Es para mí. —le digo.

Hace un gesto de asco, alejándose de mí.

— ¿Estabas fumando? —pregunta con asco.

Sin prestarle atención abro la puerta y salgo al patio delantero, me dirijo a la reja y la abro.

— ¿Collin? —lo miro confundida.

—Perdón si te estoy molestando Amelia... —dice.

Me mira y me doy cuenta que estaba llorando. Ya no carga la misma ropa que cargaba en el instituto, traía puesto unos vaqueros con una camisa negra y un morral.

— ¿Que paso? —le pregunto mientras una camioneta blanca de vidrio ahumados pasa lentamente por la acera de nuestro lado, arrugó el ceño y jalo a Collins para que pase.

Cierro la reja y dirijo a Collins a la entrada de la casa.

— ¿Me presentó o algo así? —pregunta.

Volteo a ver a mi mamá y la veo peleando por teléfono en la sala, caminando de un lado a otro. Y vuelvo a verlo a él.

—No hace falta. —le digo con gesto de desinterés. Empezamos a subir las escaleras y mientras escuchamos los gritos de mi mamá.

— ¡NO ME INTERESAN TUS EXCUSAS, SOLO TRÁEMELO!
—grito mi mamá todavía con el teléfono en la oreja.

Le hago un gesto de que empiece a subir a Collins. Empezamos a subir corriendo, ya abriendo la puerta volvió a gritar:

— ¡SOLO TRÁEME LA MALDITA DRO...

Entramos lo más rápido posible al cuarto y antes de que Collins siguiera escuchando cerré la puerta de un portazo.

—Lo siento —le digo avergonzada por los gritos de mi madre.

—Tranquila, aunque no parezca que vivo cosas peores. —dice cabizbajo.

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