Contacto

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Miranda vio atrás, en sus ojos se expresaba claramente el miedo, sus pupilas violáceas, jaspeadas y hermosas brillaban con un fulgor cristalino, dilatado y temeroso. Le pareció sentir una presencia extraña, sin embargo no había nadie tras ella, solo la oscuridad, una oscuridad inmensa que albergaba en su seno astros, nebulosas y constelaciones que adornaban el infinito.

Esas largas soledades en el espacio siempre le habían producido inquietud, no es que estuviera completamente sola, tenía un equipo de personas trabajando con ella, y rara vez llegaba a sentir soledad absoluta, pero el hecho de hallarse en lo que ella consideraba el medio de la nada, a millones de kilómetros del planeta Tierra era algo que de solo pensar seriamente en ello hacía que su corazón se acelerara y la parte racional de su cerebro se apagara. Los resultados de sus pruebas físicas y psicológicas habían sido excelentes, pero la teoría y la práctica eran algo sumamente distinto, se repetía mentalmente que solo iban a extraer minerales, y que sus resultados de misiones simuladas considerablemente más complejas habían sido sobresalientes, pero no podía apartar de su cabeza que la realidad resultaba más atemorizante.

Miranda avanzó rápida por el corredor de paredes opalescentes, que desprendían una luz diamantinamente blanca, la cual le recordaba a los pasillos de los hospitales, "te estás poniendo paranoica, todo ira bien", abrió una puerta deslizando una tarjeta electrónica para acceder a la división de mantenimiento.

—Hola Alan, ¿en qué puedo ayudarte? —la muchacha se corrió el único mechón naranja que sobresalía de su negra cabellera al ver a su compañero sentado en una silla tecleando frente a una serie de monitores en cuyas pantallas pestañeaban pestañas de información con datos del mantenimiento de la nave.

—¿Podrías ayudarme a estabilizar los motores?, pon el código y regula la energía al nivel que te indique, te avisaré por el comunicador cuando los niveles de la nave estén equilibrados —se volteó Alan para mirarla.

—¿No me lo pudiste haber pedido directamente en vez de hacerme venir hasta aquí? —sonrió la chica sabiendo perfectamente que Alan preferiría perder practicidad en pos de ganar un par de minutos de su compañía. Él le devolvió la sonrisa.

—¿Tienes idea de lo solitario qué es estar todo el día aquí metido? además me gusta molestarte de vez en cuando —su cabello descuidado de color amarillo pajoso y su barba mal arreglada parecía un buen reflejo de ese estilo de vida que mencionaba llevar.

—¿Quieres que venga de vez en cuando a contarte datos inútiles para que no te aburras ? —bromeó Miranda con una mano en el hombro de él y lo sacudió con ligereza.

—Eso en verdad no me vendría nada mal, ¿tienes alguno temático?

—Mmm —pensó ella un momento— ¿Sabías que  por allá en 1959, una bibliotecaria de Estados Unidos llamó a la Policía porque un niño negro de nueve años no quería marcharse?

—Eso no me resulta tan curioso, casi un siglo después el racismo sigue muy presente.

—Eso obviamente no es lo curioso, resulta que el niño obtuvo después un doctorado en Física por el MIT y fue reconocido como uno de los astronautas a bordo del transbordador espacial Challenger. La biblioteca que en el pasado no le dejaba tomar libros de ahí ostenta ahora su nombre, Ronald McNair —Alan dejo escapar una leve risa.

—El destino puede ser muy curioso a veces, ¿Qué más tienes?

—Que trabajar tengo —lo despeinó juguetonamente—. Iré a la sección de motores.

—Aguafiestas.

Miranda abrió la puerta con su tarjeta electrónica, cruzó el largo pasillo de luz blanquecina y viró a la izquierda hacía el cuarto de motores, pasando nuevamente su tarjeta ingresó en la habitación. Esta se hallaba sumamente calurosa como es usual, ocasionando que comience a transpirar a los pocos segundos debajo de su traje espacial naranja. Pasó al lado del inmenso motor que fácilmente la duplicaba en altura, sino la triplicaba, escuchando sus potentes bramidos. Se encontró con una caja metálica sobresaliendo en la pared en la cual había un pequeño teclado con números del cero al nueve. Ella tecleó el código y la caja se abrió, mostrando una serie una de botones, gráficos y palanquitas. Miranda tomó su comunicador y llamó a Alan.

El torrente oscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora