El viento era lento y el sol caliente, mientras Bryan, un niño de nueve años jugueteaba con sus pies, sentado sobre un banco de piedra, sus zapatos desgastados oscilaban moviéndose de un lado a otro por encima del suelo de tierra, y este los observaba con una sonrisa en el rostro como si fuera lo más divertido del mundo, "quizás hoy papá me lleve a la escuela, quizás esa sea la sorpresa" pensó mientras levantaba la vista hacia el horizonte, encontrándose con unas pocas casas destartaladas de madera en la lejanía. Cuando la maestra daba las clases Bryan solía aburrirse muchísimo, y sentía que hablaban de cosas que él no entendía, lo cual la mayoría de las veces lo volvía muy retraído, pero otras lo volvía sumamente violento, como esa vez que la maestra le preguntó de forma directa cuanto era siete por ocho, este pareció entrar en pánico, no tenía forma de comprender como podía llegar a esa respuesta de forma espontánea, comenzó a gritar, llorar y patear las mesas, él solo había asistido a unas pocas clases sueltas durante sus años de vida, su padre tenía mucha presión para mandarlo más seguido, pero para evitar eso, se mudaban constantemente de ciudad, y optaba por llevarlo cuando veía que no tenía más remedio, lo cual a Bryan, lo hacía sentir que habitaba en un mundo completamente distinto, un mundo en el que no encajaba, pero el hecho de compartir espacios de juego con otros compañeros en los recreos lo hacía sentir que estaba un poco más cerca de ser un niño normal, las primeras veces cometió el error de contarle a su padre como se sentía, pero luego de recibir severos castigos, comprendió que su destino no era ser un niño normal, por alguna extraña razón, a él no le gustaba verlo jugando y corriendo como los otros niños, por algún motivo que nunca llegó a comprender, a su padre no le gustaba verlo feliz.
-La comida está lista -le anunció oscamente a Bryan su padre, mientras dejaba un tazón de sopa grumosa sobre la mesa, cuyo contenido se derramó al golpear la porcelana sobre la desgastada madera-. ¡Bryan!, ¿Dónde estás?! -lo busco enérgicamente dentro de la pequeña casa, pero no pudo encontrarlo- ¿Dónde carajo te metiste? -abrió la puerta principal de par en par y lo encontró a unos metros arrodillado en el suelo jugando con unos escarabajos- ¡Bryan!, ven para acá ahora mismo! -vociferó a su hijo, y este soltó de inmediato a los insectos y fue corriendo a casa.
-Perdón papá, estaba mirando a los insectos -dijo el niño preocupado por el castigo que pudiera recibir.
-Siéntate en la mesa -se limitó a responder su padre mientras señalaba el tazón con su calva cabeza, cuya piel estaba tan pegada a su cráneo, que le daba un aspecto cadavérico, razón por la que algunos vecinos le decían "el muerto", aunque nunca en su presencia obviamente, no solo porque no tuvieran la suficiente confianza, sino porque ninguno había intercambiado palabras con él en ningún momento.
Bryan se sentó en la mesa, agarró la cuchara y comenzó a almorzar en silencio. El padre se alejó de la cocina con las manos en el rostro y comenzó a repetirse: "En dos días Bryan cumple diez, no lo olvides" mientras se apretaba las sienes con los dedos. Apoyó una mano en la pared mientras observaba un viejo cuadro, con la otra mano lo despojó de la capa de polvo que lo cubría, y apreció una foto de él, abrazado a su mujer embarazada, ya casi por tener a Bryan, quien, contra todo pronóstico de los médicos, logró nacer como un niño completamente sano. Sacó una bolsa transparente con pequeños objetos crujientes que siempre llevaba escondida consigo -y que a veces por las noches, la ponía junto a su oído y creía escuchar voces saliendo de ella- y la apretó con fuerza contra su pecho.
-Bryan -lo sacudió del hombro su padre mientras este aún dormía, ya eran las seis y media de la madrugada.
-¿Qué pasó papá? -se frotó los ojos y lo miró luego de pestañear reiteradas veces.
-¿Estuve buscando la pinza, no la viste? -se quedó inmóvil dirigiéndole una mirada glacial.
Bryan tragó saliva, había olvidado que hace más de dos meses -poco después de que se hayan mudado- encontró la pinza que su padre tenía escondida y la tiró en un aljibe a pocas cuadras de distancia, su corazón palpitó muy fuerte ese día, temía que su padre lo descubriera pero por suerte no fue así, nunca se percató de ello, hasta ahora, y sabía que no era casualidad que se diera cuenta pocos días antes de su cumpleaños, la memoria de su padre había comenzado a fallar desde hace un tiempo, y contaba con que se le olvidara, pero al parecer estaba siendo demasiado optimista.
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El torrente oscuro
HorrorUn hombre recibe una revelación divina y debe convencer a todos de llegar al monte de la luz antes de que sea demasiado tarde. Un joven se reencuentra con un videojuego de su infancia y descubre en él una serie de significados ocultos. En el espacio...