LA ETERNA
Hubo un tiempo en que la cama era el único lugar agradable en el mundo entero. Las frazadas me protegían de los monstruos y las decepciones.
Todo dolor se hacía agua si era la almohada quien me sostenía.
Un cuarto frío.
La ropa acumulada bajo ventanas que pocas veces se abrían. Mi lugar. Mi hogar. Tal vez asfixiante y deprimente para cualquier visitante.
Esa era la idea. Aislarse de un mundo horrible y mentiroso.
No había nadie en quien confiar.
¿Quién sería capaz de soportar semejante carga? Y no era que tuvieran que hacerse responsables de mí. No necesitaba que me entendiesen. Moría por dentro, pero sabía, a pesar de todo, que sólo yo podría gobernarme.
Debía hacerlo.
Tal vez sólo necesitaba un poco de cariño, un lazo de confianza, un brote de esperanzas. Una luz que iluminara mi camino. Una salida del abismo.
Pero todos eran tan cobardes.
Lo podía entender hasta cierto punto. Nadie viaja por propia voluntad al infierno. Pero me preguntaba entonces por qué entonces en algún tiempo primitivo de la existencia me dijeron con completa seguridad: te amamos.
Nunca estarás sola.
Sí. Hubo un tiempo en donde los huesos de mi cara respondían que, en el fondo, no era más que esqueleto. Las ojeras me recordaban a la sangre compungida de moretones que me hice golpeándome una y otra vez.
La luz del sol hacía mal. No podía salir ni siquiera al patio. Escuchar las aves cantar, ver el sol brillar en un cielo celeste, vibrante, sentir los olores del otoño. Aquella belleza era sólo una cáscara. La esperanza quizás fue suficiente para otras personas. Pero yo moriría. Aunque no lo desease. Terminaría muriendo cuando el dolor fuera insoportable, y el filo del cuchillo abriera de par en par sus muñecas. Cuando la sangre brotase como un manantial por la cama hacia el piso. Cuando el placer y el dolor se fundiesen en uno, y sin vueltas atrás, la angustia, la ansiedad y la culpa volaran cual mariposas negras por aquel cuarto depresivo.
Sólo entonces podría respirar en paz, y las lágrimas devendrían al entender que aquel acto irrevocable constituía la última hora de mi vida.
Los tranquilizantes tomados cinco minutos atrás, harían efecto, y el sueño, poco a poco, me haría sonreír. Apoyaría la cabeza otra vez en la almohada. Y cuando la luz de aquel faro persistente y cínico me gritase
NO LO HAGAS, LEVÁNTATE OTRA VEZ. TÚ PUEDES.
TÚ PUEDES, MIRANDA CROSBORTEN,
ya sería demasiado tarde. Y aunque lo intentara, resbalaría en el charco y caería sobre la alfombra. Mis brazos no volverían a levantarse, y entre un plañido de amargura, pero también, de poética razón, me daría cuenta de lo absurdo del verbo morir.
Sólo cuando el filo del cuchillo toca tu delicada y vulnerable piel, entendés que tan sola estás. Entendés, con absoluta sobriedad, que nadie va a salvarte...
Que incluso tu miserable vida depende de ti. Con ocho demonios, una vampiro, una bestia o un valle interminable donde los sueños y las pesadillas combaten como la luz de la luna y las sombras impenetrables de la noche, donde los recuerdos oxidados de las personas que ya no están y aquellas que aún en tu presente, son fantasmas que no responden a tu voz. Incluso cargando con el universo caótico e insondable que llevas dentro, vos debés elegir qué hacer con el cuerpo que arrastrás.
Esta noche. La próxima. La siguiente. Y aunque en todas ellas lo he intentado, terminé volviéndome más... No lo sé.
Y gracias o a pesar de ello,
en la oscuridad
nací yo.
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El Libro Azul: La Maldición de Esker'lamet
Mystery / ThrillerHundida en la oscuridad de las calles frías de Jaiva, Artemisa sale de su casa una fría noche de otoño. Encaminada hacia el Hotel de Mario, la más lujosa red de prostitución del país, a cumplir con su trabajo, cuando un grupo de sicarios la intercep...