NOCHE LLUVIOSA

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Olor a lluvia

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Olor a lluvia. Días lluviosos. Calles mojadas. El clima frío. Todo, absolutamente todo de la lluvia era magnífico.

Recuerdo que era una noche normal, una noche donde llovía a cántaros. Un noche que creí que sería una de tantas.

Siempre me había gustado la lluvia. Siempre había disfrutado ver mis reflejos en los charcos de las mojadas calles y luego saltar en ellos mojando mis zapatos. Como esa noche.

Reflejos de esa noche que mostraban más que gotas de lluvia empapando mis mejillas…

Una tenue luz de una lámpara me permitía observarme en un gran charco, mientras me preguntaba si era posible amar tanto un clima. Pero no sabía que pronto lo amaría aún más.

Fue esa noche, esa gélida noche donde nos encontramos por primera vez…

Tú tan esquivo a las gotas, yo tan feliz de sentirlas. Tú, mirándome como si fuera una extraña criatura; yo, mirándote como si supiera lo que estaba a punto de suceder.

Las gotas del cielo ya no caían en mi cuerpo. Ahora había algo que me cubría. Alguien que me cubría. Y así, dos extraños quedaron bajo la lluvia siendo cubiertos por un paraguas azul. Mirándose sin decir nada, pero entendiendo todo.

Luego, solo una persona quedó bajo este. Yo. Te fuiste dándome tu paraguas en mis manos, como si pensaras que lo necesitara. Tal vez no necesitaba el paraguas, tal vez era otra cosa. Tal vez era a una persona.

Después de allí, me decidí a no dejar ir eso momentáneo que había surgido.

Caminando entre calles donde habitan recuerdos… te encontré.

No sé cómo, ni cuándo, pero nos volvimos a encontrar. Por la misma calle. En las mismas circunstancias, solo que, lastimosamente, ninguno tenía un paraguas para dárselo al otro. Solo teníamos las mismas ansias el uno  del otro.

Desde allí, desde esa segunda noche lluviosa, comenzó una nueva historia para dos simples extraños.

Dos simples extraños que no creían en el destino. Dos extraños que, sin saberlo, se fueron acercando más y más sin quejas ni detenimientos.

Dos extraños que, sin darse cuenta, se fueron enamorando al compás de la lluvia.

Aún recuerdo todo perfectamente. Desde la primer conversación no muy casual que comenzó con un: “¿llegaste bien a casa?” de tu parte. Hasta el primer beso, de la mía.

No podía ser más perfecto todo. El lugar. La lluvia que, al parecer, se había vuelto el símbolo de nosotros. Ambos bajo tu paraguas, tan cerca. Sintiendo el calor de nuestros brazos entrelazados. Notando la tensión desbordante, las miradas deseosas y enternecidas. No podía ser más perfecto.

Y, sin pensarlo, me arriesgué. Lo di todo por ese primer beso sin saber si tú lo seguirías. Pero cuando nuestros fríos labios bailaron en la misma sinfonía, lo supe, supe que no había cometido un error. Contigo, ni con nada desde aquella primera noche.

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