―¿Ese era mi hermano?
Aquella pregunta seguía rondando su mente. Ni siquiera el llanto desconsolado del menor en la patrulla que lo transportaba a su reencuentro con su madre lo distrajo.
―¿Ese era mi hermano?
Tampoco le distraían los inútiles intentos de su compañero que iba en el asiento trasero acompañando y tratando de calmar al niño de ojos tristes y cuerpo lastimado. Su mente solo le obligaba a recordar momentos que decidió enterrar tiempo atrás con la esperanza de que el mismo fuera calmando aquel dolor...
Era una hermosa mañana. Su madre acababa de llegar de su trabajo y, diferente a otros días, demasiado contenta. El pequeño Jimin entonces no entendía que el trabajo de su madre era peligroso. Nunca lo notó. Sin embargo, ese día de hermosa mañana fue el comienzo de su decadencia. Su madre que había llegado feliz y con una bolsa lo suficientemente grande llena de alimentos para sus dos alegrías, pensó que haber conocido a ese hombre de mirada oscura esa madrugada era el ticket de salida hacia su estabilidad económica y emocional. Que equivocada estaba...
Luego de aquella mañana, más días similares siguieron sucediendo. Uno tras otro. Su despensa y heladera nunca había estado tan llena, su madre incluso vestía más elegante cada noche antes de ir a trabajar. Sus viejos vestidos al fondo de su armario, como un recordatorio de que, aunque seguía sin dejar de venderse, pudo mejorar, aunque sea un poco. Algo así como subir de categoría.
Meses más tarde, el pequeño Jimin de nueve años regresó a su casa con una hermosa maqueta que había hecho en clases en sus manos. Quería darle una sorpresa a su madre, que se sintiera orgullosa de lo bien que le iba en la escuela. Una pequeña recompensa a modo de consuelo por el mal comportamiento de su hermano mayor. Más la sorpresa se la llevó él cuando al llegar encontró a un hombre mayor arrinconando a su hermano contra las escaleras.
Si en ese momento, minutos más tarde cuando entró su madre al recibidor con bolsas le hubiese dicho lo que había visto, que las lágrimas de su hermano mayor no eran por otra razón más que él hombre que ella abrazaba lo había agarrado de su cuello. Si en ese momento... pero no pudo hacerlo.
Este tipo de situaciones siguieron ocurriendo, y se repetían más seguido aun cuando su madre decidió que vivir con él era una excelente idea. Él era muy pequeño como para saber lo que ocurría, distinguir de un castigo normal a uno abusivo. ¿Siquiera los castigos son permitidos? En su mente de niño que su madre decidiera castigarlos estaba bien. Sus castigos no eran nada comparados con los de aquel hombre. Aunque a él nunca lo castigaban, igual se sentía reprendido cuando era su hermano mayor quien los recibía.
Ese sentimiento que recorría su cuerpo de niño cada vez que aquel hombre golpeaba a su hermano era lo suficientemente fuerte como para decidir cuidar y proteger a su mayor. Por eso, luego de presenciar la última gran paliza, empezó a dormir con él en su cuarto. Ya él sabía que su padrastro -como lo había nombrado Namjoon, su mejor amigo- lo sacaba de su cuarto por las madrugadas para llevarlo al sótano. Ese lugar lo suficientemente alejado para que su madre no escuche ni un solo quejido del mayor. Sin embargo, una de esas tantas noches en las que era entretenido con juegos y música en aquella amplia habitación, pudo ver en su hermano hematomas que estaba seguro no haber visto el día anterior. Y, aunque esta vez hizo frente a la situación y habló, lo único que consiguió fue ser corrido de aquel santuario.
Fue esa noche. Esa fatídica noche en que decidió hablar por primera vez y preguntar por ese moretón violáceo. Fue en esa noche, en que el diablo disfrazado de hombre de negocios visitó a su hermano por la madrugada y lo llevó a conocer el más frío y cruel infierno. Infierno de fuego azul que dejó marcas y consumió más rápido su alma.
Fue en esa noche, y las siguientes, que su hermano iba muriendo poco a poco.
No recuerda bien cómo pasó. Si ese día fue a la escuela o no, si estaba con Namjoon construyendo con sus blocks y ahí se golpeó... Solo recuerda buscar desesperadamente a su hermano por toda la casa para que le curara su rodilla. Si tan solo no hubiese bajado a aquel sótano que, diferente a como se pensaría, estaba lo suficientemente iluminado y amueblado como para ser la jaula que encarcelaba a su hermano cada noche. Su centro de tortura.
Con su rodilla lastimada, lágrimas en los ojos, el pequeño Jimin de nueve años encontró a su hermano colgado de una viga de aquel hermoso sótano. No lo reconoció, aquel cuerpo suspendido en el aire no era su hermano. Hyeop era alegre. De pequeño su hermano mayor jugaba con él en su antigua casa, corrían por la misma rompiendo los jarrones de su madre con una vieja pelota parchada o jugaban a los piratas en el feo patio que no era cubierto por pasto. Muchas veces se lastimó allí debido a la abundante tierra seca.
No sabe cuánto tiempo pasó allí frente a esa cosa, sólo recuerda haber llorado tanto y de tal manera, que su llanto atrajo a su madre y al monstruo disfrazado de buen hombre hasta donde se encontraba. Gritos y más llanto se unieron a los de él, el diablo de expresión blanca no perdió la compostura como ellos. No entendía, no lo iba a entender, pero de igual modo, entre los brazos de su progenitora, preguntó:
―Mami ¿ese era mi hermano?
―¿Qué pasa Park? Parece que viste a un batallón de fantasmas. ―dijo su compañero, rescatándolo del hoyo negro que era su mente. Al parecer habían llegado hace rato al hospital, no había rastros del muchachito que llevaban con ellos en el auto. Solo estaban él y Namjoon.
―Lo siento, perdí la noción del tiempo.
―No lo sientas. Y dime lo que sucede.
―No es nada, es sólo... ―contuvo el aire en sus pulmones. Sus manos comenzaron a temblar, sus ojos ardían. Quería llorar como nunca, como si volviera a ser aquel niño de nueve años. ― No es nada. ―repitió y se bajó del vehículo. Al igual que años atrás, no podía abrir su corazón a su mejor amigo.
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Su nombre es Taehyung - Kookv
FanfictionTodo empezó aquel día cuando por las grandes puertas de urgencias del hospital entró una mujer que apenas podía ver y con trapos harapientos vistiendo su pequeño y delgado cuerpo, pidiendo ayuda. Entre todo el caos de la sala parecía que nadie le pr...