«¿Dónde están mis llaves? Ah, las tengo en la mano, cierto. Ahora ¿dónde está la puerta?»
Camino unos cuantos pasos y la encuentro. Trato de encajar la llave en la cerradura pero probablemente la han cambiado por una del tamaño del ojo de una aguja.
No sé ya ni dónde metí las llaves, y eso que solo he bebido como... ¿Una cerveza? Ok, puede que haya sido más que una cerveza... por ahí unas... doce. Sí, doce cervezas, pero eso no es mucho.
-Oiga, señor ¡aléjese de mi puerta! -Escucho una voz chillona que retumba en mi cabeza y al girar, veo a una mujer que me amenaza con su cartera.
-¿Usted es mi esposa? -le pregunto a la mujer-. Amor ¿por qué me cambiaste la cerradura?
-¡Esta no es su casa, señor!
Miro nuevamente la construcción y aunque me cuesta creerlo, veo que tiene razón.
-Amor ¿por qué cambiaste la casa?
-Señor, usted no vive aquí, y yo no soy su mujer...
-Ay, Mónica ¡¿cómo te atreves a decir que ya no eres mi esposa?!
Siento las lágrimas agolpándose en mi pecho... Ah, perdón, que las lágrimas salen es de los ojos, verdad. Se me llenan de lágrimas los ojos y caigo arrodillado, agarrándome de la falda de mi mujer, que me parte el corazón al decirme que no es mi mujer.
-Mónica ¡por favor! Vuelve conmigo...
-¡Roberto! ¿Qué significa esto? -La voz proviene de una mujer que se ha ubicado al lado de Mónica... ¡Y descubro que esa sí es Mónica!
-¡Impostora! -Le grito a la mujer que tengo al frente levantándome del piso y yendo en dirección a mi verdadera Mónica, y nos vamos juntos a nuestro nuevo hogar.
¡Hay que ver las mentiras que se inventa la gente hoy en día!
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Cortos y perezosos - Antología
RandomEn esta colección de historias cortas encontrarás breves escritos con los que pasar el tiempo cuando la pereza no te deje hacer un maratón de serie, ver una saga de veinte películas o leer una novela de quinientas páginas. Son capsulitas para pasar...