—Sé que no es real.
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Puedo ir en bicicleta casi con los ojos cerrados. Siempre ha sido la misma casa, el mismo colegio, el mismo ambiente y el mismo charco cada día que llueve. Tengo el trayecto más que memorizado. No vivo lejos, por lo cual irme sola no supone mucho peligro para mí, ni preocupación para mis padres.
Fueron unas largas vacaciones, y no tenía ganas de pisar este lugar todavía. Pero tampoco puedo resistirme al sistema educativo. Por fin este año decidieron modernizarse y dejar de darnos esos horarios en papel. Antes suponía un problema, porque, aparte de que siempre se perdían, a la entrada había una enorme fila en la que Lidia; la anciana secretaria, buscaba nombre por nombre a cada alumno en su gran carpeta, y somos unos 2400 estudiantes. Afortunadamente ahora lo suben a la plataforma del colegio, donde tenemos que iniciar sesión. Así que, esta mañana, mi único deber es ir a los bicicleteros a encadenar mi transporte.
La academia Notteltier es una construcción bastante grande, en primaria solía atemorizarme, esa sensación de estar siendo observada constantemente me resultaba abrumadora. Nada cambia, pero te acostumbras. Está conformada por 2 edificios: Norte; de chicas y Sur; de chicos. Se supone que es una escuela mixta, pero nos dividen en todos los horarios de clases. Solo hay interacción entre ambos sexos en los recreos, eventos escolares y en los armarios de los conserjes. Todo esto sucede bajo la idea de que estar junto al otro sexo nos "distrae", y bueno, siendo uno de los establecimientos con las mejores puntuaciones en la prueba de selección universitaria, nadie cuestiona sus métodos.
Tampoco me quejo de que nos dividan, al menos así no tengo que ver la cara estúpida de Alejandro durante todo el día. Lamentablemente, me lo tengo que topar en el patio, siempre mostrando sus habilidades con sus manos, digo, en voleibol, porque en otros sentidos no tiene ninguna. Hablando del rey de roma, ahí está, con su polera del equipo saltando hacia la malla, siempre con la suficiente fuerza para que, al caer, se levante su camiseta y deje relucir sus marcados abdominales. Le fascina estar constantemente llamando la atención. ¿No tiene otra cosa que hacer antes de las 8.30? no lo sé, tal vez ir a su sala y tener sueño como los alumnos normales, o ¿acaso le es necesario sudar temprano para que su aula tenga un olor putrefacto todo el día?
Me dirijo a mi casillero para liberarme de los 12 libros que le generan a una chica de 17 un terrible dolor de espalda. Quedan unos 10 minutos para que suene la campana, así que me dispongo a llenar mi pequeña botella en el bebedero, que, para mi mala suerte, estaba fuera de servicio. Con las monstruosas mensualidades, no pensarías que hayan cosas en mal estado, principalmente siendo el primer día de clases, pero cada escuela tiene sus fallas. Siendo así, me veo obligada a cruzar al otro edificio. Generalmente traigo agua de mi casa, pero con tanto cuaderno, especialmente estando en último año, no era una opción.
El trayecto más corto para el bebedero de chicos es pasando justo al lado del partidito del excremento con el que no quiero compartir oxígeno. Detesto tanto estar cerca de él, pero si escojo otro camino estaría llegando tarde a clases. Suertuda yo, está de espaldas así que no tengo que verlo.
—Último saque —dice en su clásico tono altanero muy seguro en sí mismo de que hará otro punto directo.
《Vaya, su voz se volvió aún más irritante de lo que ya era antes》.
Al golpear el balón, se pudo haber dicho que emitió uno de los sonidos más ensordecedores percibidos por los habitantes de la tierra, sin embargo, este fue incapaz de igualar al estruendo emitido por mi cuerpo al estrellarse contra el suelo, al recibir un impacto del balón de vóleibol en la cabeza, gracias a su puntería de mierda.